Arquivo Delson Biondo
Ceilán, la más bella isla del mundo, tenía, hacia 1920 la
misma estructura colonial que Birmania y la India. Os ingleses se encastillaban
en sus barrios y en sus clubs rodeados
por una muchedumbre de músicos, alfareros, tejedores, esclavos de
plantaciones, mujeres vestidas de amarillo, inmensos dioses recostados,
tallados en las montañas de piedra.
Entre estos ingleses vestidos de smoking todas las noches y estos
hindúes para mí desconocidos en
su fabulosa inmensidad, yo no podía elegir sino la soledad, y esta época ha sido la más solitaria de mi
vida. Pero la recuerdo también como
la más luminosa, como si un relámpago de fulgor extraordinario se hubiera
detenido en mi ventana iluminando mi
destino por dentro y por fuera.
Me fui a vivir a un
pequeño bungalow recién edificado en
el suburbio de Wellawatha, junto al mar.
La zona estaba despoblada y el oleaje rompía contra los arrecifes. De noche
crecía la música marina.
Por la mañana, el milagro de aquella naturaleza siempre recién lavada
me sobrecogía. Ya temprano estaba yo
con los pescadores. Estos de sus
embarcaciones provistas de larguísimos flotadores que las hacían parecerse a arañas
del mar extraían peces de violentos colores, peces como pájaros de la selva
infinita, rojos o tricolores, de oscuro azul fosforescente como intenso
terciopelo vivo, peces en forma de globo espinoso que se desinflaba hasta
convertirse en una pobre bolsita de espinas.
Con horror veía la masacre de las alhajas del mar: el
pescado se vendía en pedazos a la pobre población y el machete caía cortando en
trozos aquella materia divina de la profundidad que pronto queda convertida en
sangrienta mercadería.
Andando por la costa
llegaba al baño de los elefantes. Acompañado por mi perro n podía equivocarme.
Del agua tranquila surgía un inmóvil
hongo gris que luego se convertía en serpiente, luego en inmensa cabeza, luego
en montaña de colmillos. Ningún país en aquella época ni después,
tenía tantos elefantes trabajando en los caminos y siempre resultaba asombroso
verlos – lejos del circo o de las barras del jardín zoológico – cruzar con su
carga de maderas de un lado a otro de la ruta, como buenos y grandes jornaleros.
Mis únicas compañías
fueron mi perro y mi mangosta. Esta recién salida de la selva, creció a mi
lado, dormía en mi cama y comía en mi mesa.
Nadie puede saber de la ternura de una
mangosta. Mi pequeño animalito conocía cada minuto de mi existencia, se paseaba
por mis papeles y corría detrás de mí todo el día. Se enrollaba entre mi hombro
y mi cabeza a la hora de la siesta y dormía allí con el sueño sobresaltado y
eléctrico de los animales salvajes.
Mi mangosta domesticada se
hizo famosa en el suburbio. De las
continuas batallas que sostienen
valientemente con las cobras formidables
conservan un prestigio algo mitológico.
Yo creo, de haberlas visto luchar muchas veces contra las serpientes,
que vencen sólo por su agilidad y por su gruesa capa de pelo color sal y pimienta que engaña y desconcierta al reptil venenoso. Por allá
se cree que la mangosta tiene un secreto por nadie compartido. Se supone que
después de su lucha sale en busca de las hierbecitas del antídoto.
Lo cierto es que el
prestigio de mi mangosta – que me acompañaba cada día en mis largas caminatas
por las playas – hizo que un día todos
los niños de aquellos arrabales
se dirigieron a mi casa en imponente procesión.
Había aparecido una gran serpiente y se aprestaban para
celebrar el indudable triunfo de Kiria mi famosa mangosta. Seguido por mis
admiradores, bandas enteras de chiquillos tamiles y cingaleses, sin más trajes
que sus taparrabos, encabecé el desfile con mi mangosta en mis brazos.
El ofidio era una especie
negra de la temible pollongha, o víbora de Russell, de mortífero poder. Tomaba
el sol entre las hierbas sobre una cañería blanca de la que se destacaba como
un látigo en la nieve.
Se quedaron atrás,
silenciosos mis acompañantes. Yo avancé
por la cañería, y a unos dos metros
de distancia, frente a la víbora, largué mi mangosta. Kiria olfateó el
peligro en el aire y se dirigió con lentos pasos hacia la serpiente. Yo y mis
pequeños acompañantes detuvimos la respiración. La gran batalla iba a comenzar.
La serpiente se enrolló, levantó la
cabeza y abriendo las fauces dirigió su hipnótica mirada al animalito. La
mangosta siguió avanzando. Pero a escasos centímetros de la boca del monstruo se dio cuenta seguramente de lo que iba a pasar y dando un gran salto emprendió vertiginosa carrera en sentido contrario, dejando serpiente y espectadores. No dejó de correr hasta llegar a mi dormitorio.
Así perdí mi prestigio en
el suburbio de Wellawatha hace ya más de treinta años.
Recientemente, en estos mismos días, y acercándome ya a
los sesenta años, mi hermana me ha traído un cuaderno de mis más antiguas
poesías escritas en 1918 y 1919. Al leerlas he sonreído mucho ante el dolor
infantil y adolescente y el sentimiento literario de soledad que se desprende
de toda mi obra de juventud. El
escritor joven no puede escribir sin ese sentimiento de soledad aunque sea
ficticio; así como el escritor maduro no hará nada sin el sentimiento de compañía humana, de sociedad.
La verdadera soledad la
conocí en aquellos días y años de Wellawatha. Dormí todo aquel tiempo en un
catre de campaña, como un soldado o un
explorador. No tuve más que una mesa y dos sillas, mi trabajo, mi perro, mi
mangosta, y el “boy” que me sería y
regresaba a su aldea por la noche. Este
hombre no era compañía, puesto que su condición de servidor oriental le había enseñado a ser más silencioso que
una sombra. Se llamaba o se llama Bhrampy.
No había nada que decirle, pues todo lo
tenía listo: mi comida en la mesa,
mi ropa recién planchada, la botella de whisky en la verandah. No había nada que pedirle nunca, ni nada
que hablar con él. Parecía que se le había olvidado el lenguaje, y sólo sabía sonreír con grandes dientes de buen
caballo.
Hace un año estuve de vuelta unos días en Ceilán, y puse
un aviso en el periódico para que Bhrampy fuera encontrado. No acudió.
Posiblemente habrá desaparecido en la germinación, calamidad y muerte que es la
vida de los pobres en el Oriente capitalista. La soledad era, pues, no sólo un tema de invocación
literaria, sino algo duro como la pared
de un prisionero, contra la cual hay
que romperse la cabeza, sin que nadie venga aunque grites y llores. Lo grave
es que esta pared que me rodeaba era un muro de sol. Yo comprendía que a
través del aire azul, de la a arena dorada, más allá de la selva primordial,
más allá de las víboras y de los elefantes, había centenares, miles de seres humanos que cantaban y
trabajaban junto al agua, que hacían fuego y
hacían cántaros, mujeres ardientes
que dormían desnudas sobre las delgadas esteras a la luz de las inmensas
estrellas. Pero, ¿cómo acercarme a este
mundo palpitante sin ser considerado un enemigo?
Paso a paso fui conociendo
la Isla. Una noche atravesé todos
los oscuros suburbios de Colombo para asistir a una comida de gala a la que había sido invitado. Desde una casa oscura surgía la voz de un niño o de una
mujer que cantaba. Hice detener el “ricksha”.
Era una casa pobre y al lado de la
puerta me alcanzó una emanación que es como el olor de Ceilán, mezcla de jazmines, de sudor, de aceite de coco, der
penetrante aroma a frangipan y magnolia. Las caras oscuras, confundidas con el
color y el olor de la noche, me descubrieron y me invitaron a pasar. Sin perturbar la música me senté silencioso en las esteras, mientras
persistía en la oscuridad la misteriosa voz humana que me había hecho detenerme en mi camino, voz de niño o
de mujer, trémula y sollozante, que
subía hacia lo indecible, que se cortaba de pronto, bajaba hasta ser oscura como las tinieblas, se adhería al olor de los frangipanes, se enroscaba en arabescos y caía de pronto con todo su peso
cristalina como si el más alto surtidor hubiera tocado el cielo y si hubiera
desplomado entre los jazmines.
Mucho tiempo continué allí
estático bajo el sortilegio de los
tambores que acompañaban la voz
humana y luego continué mi camino,
borracho con el enigma de aquel
sentimiento indescifrable, de aquel
ritmo cuyo misterio salía de toda la
tierra, tierra martirizada, sonora, envuelta en sombra y aroma.
Cuando llegué y me excusé ante los ingleses que ya cansados de esperarme estaban sentados a la mesa, vestidos de negro y blanco, les dije: -
Perdónenme. En el camino me detuvo la música.
Ellos, que hacía veinticinco años que vivían en Ceilán,
se sorprendieron con elegancia: ¿Música? Pero, ¿tenían música los nativos? Ellos
no sabían. Era la primera noticia.
Esta terrible separación
de los colonizadores ingleses con el vasto mundo asiático nunca tuvo término y siempre significó un aislamiento
antihumano, un desconocimiento total de sus valores y de su vida.
Indagando más y más supe que había excepciones en el
colonialismo. De pronto algún inglés
del Civil Service enamoraba
perdidamente de alguna belleza india. Era de inmediato
expulsado de su puesto y aislado de sus compatriotas como un leproso. Sucedió
también por aquel entonces, que los colonizadores
ordenaron quemar la cabaña de un campesino cingalés, para desalojarlo y expropiar sus tierras. El hombre que debió
ejecutar las órdenes de arrasar aquella choza era un modesto funcionario.
Se llamaba Leonard Woolf. Él se negó a
hacerlo, y aunque no pudo impedir la injusticia,
fue privado de su cargo y devuelto a
Inglaterra. Escribió allí uno de
los mejores libros que jamás se haya
escrito sobre el Oriente: “A village in the jungle”. La fama de su mujer,
Virginia Woolf, grande escritora subjetiva, borró esta “Aldea en la selva”,
obra maestra de la verdadera vida y de la literatura real.
Poco a poco comenzó a
romperse la corteza impenetrable y tuve algunos pocos y buenos amigos. Descubrí
al mismo tiempo la juventud impregnada
de colonialismo cultural que no halaba sino de os últimos libros publicados en
Inglaterra y los brotes de independencia y rebelión que asomaban en la pacífica
superficie. Encontré que el
pianista, fotógrafo, crítico, cinematografista, Lionel Wendt, era el centro de
la vida cultural que se debatía entre los estertores del Imperio y una reflexión hacia los valores
vírgenes de Ceilán.
Este Lionel Wendt, que poseía una gran biblioteca y
recibía los últimos libros de Inglaterra, tomó la extravagante y buena
costumbre de mandar a mi casa, situada lejos de la ciudad, un ciclista cargado
con un saco de libros cada semana. Así, durante aquel tiempo, leí kilómetros de
novelas inglesas y Lady Chaterley en su primera edición privada publicada en
Florencia. Las obras de Lawrence me impresionaron por su aproximación poética y
cierto magnetismo vital dirigido a las relaciones escondidas entre los seres.
Pero pronto me di cuenta de que, a pesar de su genio, estaba frustrado como
tantos grandes escritores ingleses, por su prurito pedagógico. En su caso, D.Lawrence sienta una
cátedra de educación sexual que poco tiene que ver con nuestro espontáneo
aprendizaje de la vida y del amor. Terminó
por aburrirme, decididamente, sin que se haya menoscabado mi admiración hacia
su torturada búsqueda místico-sexual, más
dolorosa aún cuanto más inútil.
Entre
las cosas de Ceilán que recuero, está una gran cacería de elefantes, a cuyo episodio final me tocó ser invitado.
Los
elefantes se habían propagado en exceso en un determinado distrito e
incursionaban dañando casas y cultivos.
Por más de un mes a lo largo de un gran río, los campesinos, con fuego, con hogueras y tam-tams fueron agrupando los rebaños salvajes y
empujándolos hacia un rincón de la selva.
De noche y de día las hogueras y el sonido inquietaban las grandes
bestias que se movían como un lento río hacia el noroeste de la Isla.
Aquel
día estaba preparado el “Kraal”. Las empalizadas cerraban una parte del bosque y por un estrecho corredor
y el primer elefante que entró y se sintió cercado. Ya era tarde. Avanzaban
centenares de otros por el corredor y
por último el inmenso rebaño de
cerca de quinientos elefantes no pudo avanzar ni retroceder.
Se
dirigieron los machos más poderosos hacia las empalizadas tratando de
romperlas, pero detrás de ellos surgieron innumerables lanzas que los
detuvieron. Entonces se replegaron en el
centro del recinto guardando en su interior
a las hembras y a las criaturas. Era
conmovedora esa defensa y esa organización.
Lanzaban un llamado angustioso, especie de relincho o trompetazo, y en su desesperación cortaban de raíz los
árboles más débiles dispuestos a la más grande resistencia. De pronto,
cabalgando dos grandes elefantes domesticados entraron los cazadores. Estos
avanzaban hacia cada uno de los elefantes rebeldes colocándolos entre los
domesticados los que golpeaban con sus trompas al prisionero como vulgares
“Police Men”, reduciéndolo a la inmovilidad y dando con ello la oportunidad
para que uno de los cazadores le amarrara una pata trasera con gruesas cuerdas
a un árbol vigoroso. Uno por uno fueron sometidos.
Me contaban después los cazadores que el
elefante prisionero rechaza el alimento por muchos días. Pero ellos conocen sus debilidades. Los
paquidermos hacen largos viajes por la selva en busca de algunos arbustos favoritos.
Los cazadores les cortan este ayuno
trayéndoles esta golosina silvestre. Cuando se deciden a comerlas están
domesticados y ya empiezan a aprender sus pesados trabajos.
El tiempo pasaba en una placidez ardiente.
Había casi terminado de escribir el
primer volumen de “Residencia en la tierra” cuando tuve por primera vez una
relación fraternal con escritores de otro mundo, del pequeño o grande mundo
europeo que nunca había existido para mí en forma tangible. Alejo Carpentier,
en Paris, y luego el joven poeta Rafael Alberti, de quién yo nunca había oído
hablar, leyeron los poemas de ese libro y decidieron editarlo. Aquellas
tentativas fueron frustradas, pero me dieron la sensación de que mi poesía no
estaba sola, que comenzaba a palpitar fuera de mi destierro. Desde entonces
data mi acendrada amistad hacia Alejo Carpentier, a quien ahora he visto en
plena revolución cubana firmemente vinculada a su pueblo y engrandecido y
respetado. En cuanto a Rafael Alberti, príncipe de una poesía siempre fresca y
fragrante, la guerra de España nos dio una hermandad aún más profunda y duradera.
Algo
vino a turbar aquellos días consumidos por el sol.
Inesperadamente,
mi amor birmano, la torrencial Josie Bliss, se estableció frente a mi casa. Había viajado hasta allí desde su lejano
país .Como pensaba que no existía arroz sino en Rangún, llegó con un saco de arroz a cuestas, con nuestros discos
favoritos de Paul Robeson y con una larga alfombra enrollada. Desde la puerta
de enfrente se dedicó a observar y luego insultar y a agredir a cuanta gente me
visitaba, consumida por sus celos
devoradores, al mismo tiempo que amenazaba incendiar mi casa. Recuerdo que atacó con su largo cuchillo
a una dulce muchacha inglesa que vino a visitarme.
Nuestra coexistencia era imposible y por
fin se decidió a partir. Me pidió
que la acompañara hasta el barco.
Cuando éste estaba por salir y yo debía abandonarlo, se desprendió de sus
acompañantes y besándome en un arrebato de dolor y amor me llenó la cara de
lágrimas. Como en un rito me besaba los brazos, el traje y, de pronto, bajó
hasta mis zapatos, sin que yo pudiera evitarlo. Cuando se alzó de nuevo, su
rostro estaba enharinado con la tiza de mis zapatos blancos. No podía pedirle
que desistiera del viaje, que abandonara conmigo el barco que se la llevaba
para siempre. La razón me lo impedía, pero mi corazón adquirió allí una
cicatriz que no se ha borrado. Aquel dolor turbulento, aquellas lágrimas
terribles rodando sobre el rostro enharinado, continúan en mi memoria.
Estudo comparativo
A primeira transcrição se refere ao texto Las vidas del Poeta, Memorias y recuerdos de
Pablo Neruda, publicado pela revista O
Cruzeiro Internacional em 1962, reproduzido aqui e com a indicação em
negrito do que foi mudado em Confieso
que he vivido (Barcelona, Seix Barral, 1974). A segunda transcrição é
antecedida da menção da página em que ocorreu a mudança em Confieso que he vivido.
Mudança de título. Na revista: En Ceilán la soledad
luminosa. No libro: La soledad lluminosa.
Mudança de
pontuação
Seguidos por mis admiradores, bandas enteras de
chiquillos tamiles y singaleses, sin más trajes que sus taparrabos, encabecé el
desfile con mi mangosta en mis brazos.
Pág.129 Seguido por mis admiradores – bandas enteras de
chiquillos tamiles y singaleses, sin más trajes que sus taparrabos - , encabecé
el desfile guerrero con mi mangosta en los brazos.
Un día todos los niños de aquellos arrabales se
dirigieron a mi casa, en imponente procesión.
Había
aparecido una gran serpiente
Pág.129 una tarde todos los niños del arrabal se
dirigieron a mi casa en imponente procesión. Había aparecido en la calle una
atroz serpiente,
Yo avancé por la cañería, y a unos dos metros de
distancia
Pág.130 Yo avancé por la cañería. A unos dos metros de
distancia
adolescente y el sentimiento literario de soledad
Pág.130 adolescente, ante el sentimiento literario de
soledad
en sentido contrario, dejando atrás serpiente y
espectadores
Pág.130 en sentido contrario y dejó atrás serpiente y
espectadores
levantó la cabeza y abriendo las fauces dirigió su
hipnótica mirada al animalito
Pág.130 levantó la cabeza, abrió las fauces y dirigió su
hipnótica mirada al
animalito
de lo que iba a pasar y dando un gran salto
Pág.130 de lo que iba a pasar. Entonces dio un gran salto
Pero, ¿Cómo acercarme a este mundo palpitante sin ser
considerado un enemigo?
Pág.131 Pero, cómo acercarme a este mundo palpitante sin
ser considerado un enemigo?
hacían cántaros, mujeres ardientes
Pág.131 moldeaban cántaros: y también mujeres ardientes
delgadas esteras a la luz de las inmensas estrellas
Pág.131 delgadas esteras, a la luz de las inmensas
estrellas
Parecía que se le había olvidado el lenguaje, y sólo
sabía sonreír con grandes dientes de buen caballo.
Pág.131 Parecía que se le había olvidado el lenguaje.
Sólo sabía sonreír con grandes dientes de caballo.
el olor de Ceilán, mezcla de
Pág.131 el olor inconfundible de Ceilán; mezcla de
Nunca tuvo término y siempre significó un aislamiento
antihumano
Pág.132 nunca tuvo término. Y siempre significó un
aislamiento antihumano
fue privado de su cargo y devuelto a Inglaterra. Escribió
allí uno de los mejores libros
Pág.132 fue privado de su cargo. Devuelto a Inglaterra,
escribió allí uno de los mejores libros
cuyo misterio salía de toda la tierra ,tierra
martirizada, sonora, envuelta en sombra y aroma
Pág.132 cuyo misterio salía de toda la tierra. Tierra
sonora, envuelta en sombra y aroma
¿Música? Pero, ¿tenían música los nativos?
Pág.132 Música?
Tenían música los nativos?
los campesinos, con fuego, con hogueras y tam tams fueron
agrupando
Pág.133 los campesinos – con fuego, con hogueras y tam
tams – fueron agrupando
Las empalizadas cerraban una parte del bosque y por un
estrecho corredor
Pág.133 Las empalizadas obstruían una parte del bosque.
Por un estrecho corredor
una parte del bosque. Por un estrecho corredor
Pág.134 una parte del bosque y por un estrecho corredor
por el estrecho corredor y por último el inmenso rebaño
Pág.134 por el estrecho corredor sin salida. El inmenso
rebaño
De pronto, cabalgando dos grandes elefantes domesticados
entraron los cazadores
Pág.134 De pronto, cabalgando dos grandes elefantes
domesticados, entraron los domadores
Nuestra coexistencia era imposible y por fin un día se
decidió a partir.
Pág. 136 Por fin un día se decidió a partir.
Quebra de
parágrafo
un día todos los niños de aquellos arrabales se
dirigieron a mi casa, en imponente procesión.
Había
aparecido una gran serpiente
Pág.129 una tarde todos los niños del arrabal se
dirigieron a mi casa en imponente procesión.
Había apareció una atroz serpiente.
Eliminação
de maiúscula
Isla
Pág.131 isla
Imperio
Pág.133 imperio
Grafia de nomes
próprios
Bhrampy
Pág.131 Brampy
Civil Service
Pág.132 Club Service
Rangún
Pág.136 Rangoon
Palavras
estrangeiras
smoking
Pág.128 smoking
Bungalow
Pág.128 Bungalow
“boy”
Pág.130 boy
whisky
Pág.131 whisky
Verandah
Pág.131 verandah
frangipán, frangipanes
Pág.131 fangipán, frangipanes
“ricksha”
Pág.131 ricksha
Kraal
Pág. 133 Kraal
Mudanças de
caracteres gráficos
“boy”
Pág.130 boy
“ricksha”
Pág. Ricksha
“A village in the jungle”
Pág.132 A
village in the jungle
“Kraal”
Pág.133 Kraal
“Residencia en la tierra”
Pág.137 Residencia
en la tierra
Acréscimo
de palabras
Y esta época ha sido la más solitaria de mi vida
Pág.128 y de este modo aquella época ha sido la más
solitaria de mi vida
Entre los ingleses vestidos de smoking todas las noches y
estos hindúes para mí desconocidos
Pág.128 Entre los ingleses vestidos de smoking todas las
noches y los hindúes inalcanzables
Que vencen sólo por su agilidad
Pág.129 a las que vencen sólo por su agilidad
Había aparecido una gran serpiente
Pág. 129 Había aparecido en la calle una atroz serpiente
Encabecé el desfile
Pág.129 encabecé el desfile guerrero
De las continuas batallas que sostienen valientemente con
las cobras formidables conservan un prestigio algo mitológico
Pág. 129 De las continuas
batallas que sostienen valientemente con las tremendas cobras, conservan las mangostas un prestigio algo mitológico
Se dio cuenta seguramente de lo que iba a pasar y dando
un gran salto emprendió vertiginosa carrera en sentido contrario
Pág.130 se dio cuenta exacta de lo que iba a pasar.
Entonces dio un gran salto, emprendió una vertiginosa carrera en sentido
contrario
Levantó la cabeza y abriendo las fauces dirigió su
hipnótica mirada al animalito.
Pág.130 levantó la cabeza, abrió las fauces y dirigió su
hipnótica mirada al animalito
ante el dolor infantil y adolescente y el sentimiento literario
de soledad
Pág.130 ante el dolor infantil y adolescente, ante el
sentimiento literario de soledad
hacían fuego y hacían cántaros, mujeres ardientes
Pág.131 hacían fuego y moldeaban cántaros; y también
mujeres ardientes
que es como el olor de Ceilán, mezcla de jazmines, de
sudor, de aceite de coco, de penetrante aroma de frangipan y magnolia
Pág. 131 que es el olor inconfundible de Ceilán: mezcla
de jazmines, sudor, aceite de coco, frangipan y magnolia
Sino algo duro como la pared
Pág. 131 sino que era algo duro como la pared
Y de su vida
Pág.132 y la vida de aquella gente
para desalojarlo
Pág. 132 con el
propósito de desalojarlo
Él se negó a hacerlo
Pág.132 Pero se negó a hacerlo
Novelas inglesas y Lady Chatterley
Pág.133 novelas inglesas entre ellas Lady Chaterley
una parte del bosque. Por un estrecho corredor y por
último el inmenso rebaño
Pág.134 una parte del bosque y por un estrecho corredor
sin salida. El inmenso rebaño
Consumida por sus celos devoradores
Pág.136 Josie Bliss consumida por sus celos devoradores
Substitução
de palavras
Entre los ingleses vestidos de smoking todas las noches y
estos hindúes para mí desconocidos
Pág.128 Entre los ingleses vestidos de smoking todas las
noches y los hindúes inalcanzables
esta época ha sido
Pág. 128 aquella época ha sido
Entre estos ingleses
Pág.128 Entre los ingleses
estos hindúes
Pág. 128 los
hindúes
Pero la recuerdo también como la más luminosa
Pág. 128 Pero la recuerdo igualmente como la más luminosa
Ya temprano estaba yo
Pág.128 Desde temprano estaba yo
Luego en inmensa cabeza, luego en montaña con colmillos.
Pág.129 después en inmensa cabeza, por último enmontaña
con colmillos.
Nadie puede saber de la ternura de una mangosta
Nadie puede imaginarse la ternura de una mangosta
De las continuas batallas que sostienen valientemente con
las cobras formidables
Pág.129 De las continuas batallas que sostienen
valientemente con las tremendas cobras
Yo creo, de haberlas visto luchar muchas veces
Pág. 129 Yo creo, tras haberlas visto luchar muchas veces
una gran serpiente
Pág.129 una atroz serpiente
Con mi mangosta en mis brazos
Pág.129 con mi magosta en los brazos
hizo que un día todos os niños
Pág. 129 hizo que una tarde todos los niños
Se dio cuenta seguramente de lo que iba a pasar
Pág.130 se dio cuenta exacta de lo que iba a pasar
Con mi mangosta en mis brazos
Pág. 130 con mi mangosta en los brazos.
Sin ese sentimiento de soledad
Pág.130 sin ese estremecimiento de soledad
sin el sentimiento de compañía humana, de sociedad
Pág.130 sin el sabor de compañía humana, de sociedad
un cuaderno de mis más antiguas
Pág. 130 un cuaderno que contiene mis más antiguas
No dejó de correr hasta llegar a mi dormitorio.
Pág.130 No paró de correr hasta llegar a mi dormitorio.
le había enseñado a ser más silencioso que una sombra
Pág.130 lo obligaba a ser más silencioso que una sombra
hacían cántaros
Pág.131 moldeaban cántaros
sin que nadie venga aunque grites y llores
Pág.131 sin que nadie acuda, así grites y llores.
No había nada que decirle, pues todo lo tenía listo: mi
comida en la mesa, mi ropa recién planchada, la botella de whisky en la
verandah
Pág.131 No era preciso ordenarle nada, pues todo lo tenía
listo: mi comida en la mesa, mi ropa acabada de planchar la botella de whisky
en la verandah
miles de seres humanos
Pág.131 millares de seres humanos
Desde una casa oscura surgía la voz de un niño
Pág.131 De una casa oscura partía la voz de un niño
Que subía hacia lo indecible
Pág.131 que subía hasta lo indecible
hasta ser oscura como las tinieblas
Pág.131 hasta volverse oscura como las tinieblas
se adhería al aroma de los frangipanes
Pág.131 se adhería al aroma de los frangipanes
de aquel sentimiento indescifrable
Pág.131 de un sentimiento indescifrable
de aquel ritmo
Pág.131 de un ritmo
borracho con el enigma
Pág.132 borracho por el enigma
Desconocimiento total de sus valores
Pág.132 desconocimiento total de los valores
Él se negó a hacerlo
Pág.132 Pero se negó a hacerlo
las órdenes de arrasar aquella choza
Pág.132 las órdenes de arrasar la choza
por aquel entonces
Pág.132 por aquel tiempo
De alguna belleza
india
Pág.132 de alguna beldad india
Las empalizadas obstruían una parte del bosque
Pág.134 Las empalizadas cerraban una parte del bosque
Avanzaban centenares de otros por el estrecho corredor
Pág.134 Avanzaba centenares más por el estrecho corredor
por el estrecho corredor y por último el inmenso rebaño
Pág.134 por el estrecho corredor sin salida. El inmenso
rebaño
De pronto, cabalgando dos grandes elefantes domesticados
entraron los cazadores
Pág.134 De pronto, cabalgando dos grandes elefantes
domesticados, entraron los domadores
Era conmovedora esa defensa y esa organización
Pág.134 Era conmovedora su defensa y su organización
Pero ellos conocen sus debilidades
Pág.134 Pero los cazadores conocen sus debilidades
Me pidió que la acompañara hasta el barco
Pág.136 Me rogó que la acompañara hasta el barco
Recuerdo que atacó con su largo cuchillo
Pág. 136 Recuerdo que atacó con un largo cuchillo
A una dulce muchacha inglesa que vino a visitarme
Pág. 136 a una dulce muchacha eurasiática que vino a
visitarme
Elimimação
de palabras
aquella naturaleza siempre recién lavada
Pág.128 aquella naturaleza recién lavada
hindúes para mí desconocidos
Pág.128 hindúes inalcanzables
inmensos dioses recostados
Pág.128 inmensos dioses
De aquellos arrabales
Pág.129 del arrabal
desconcierta al reptil venenoso
Pág.129 desconcierta al reptil
en sentido contrario, dejando atrás serpientes y
espectadores
Pág.130 en sentido contrario y dejó atrás serpientes y
espectadores
Al leerlas he sonreído mucho ante el dolor infantil y
adolescente
Pág. 130 Al leerlas he sonreído ante el dolor infantil y
adolescente
Como un soldado o como un explorador
Pág.130 como un soldado, como un explorador
Compañía, puesto que su condición de servidor oriental
Pág.130 compañía: su condición deservidor oriental
No tuve más que una mesa
Pág. 130 No tuve más compañía que una mesa
Este hombre no era compañía
Pág. 130 Este hombre no era propiamente compañía
Levantó la cabeza y abriendo las fauces dirigió su
hipnótica mirada al animalito
Pág. 130 levantó la cabeza, abrió las fauces y dirigió su hipnótica mirada al
animalito
el olor de Ceilán, mezcla de jazmines, de sudor, de
aceite de coco, de penetrante aroma de frangipan y magnolia
Pág.131 el olor inconfundible de Ceilán: mezcla de
jazmines, sudor, aceite de coco y frangipan y magnolia
Las caras oscuras, confundidas con el color y el olor de
la noche, me descubrieron y me invitaran a pasar.
Pág.131 Las caras oscuras, confundidas con el color y el
olor de la noche, me invitaran a pasar.
Sin perturbar la música me senté silencioso en las
esteras
Pág. 131 Me senté silencioso en las esteras Supresão de frase?
Parecía que se le había olvidado el lenguaje, y sólo
sabía sonreír con grandes dientes de buen caballo.
Pág.131 Parecía que se le había olvidado el lenguaje.
Sólo sabía sonreír con grandes dientes de caballo.
Sino algo duro como la pared
Pág. 131 sino que era algo duro como la pared
la misteriosa voz humana que me había hecho detenerme en
mi camino
Pág.131 la misteriosa voz humana que me había hecho
detenerme,
Era una casa pobre y al lado de la puerta me asaltó una
emanación
Pág. 131 Al lado de la puerta pobre me asaltó una
emanación
Cuyo misterio salía de toda la tierra, tierra martiriada,
sonora, envuelta en sombra y aroma.
Pág.132 cuyo misterio salía de toda la tierra. Tierra
sonora, envuelta en sombra y aroma.
¿Música? Pero, ¿tenían música los nativos?
Pág.132 Música? Tenían música los nativos?
Novelas inglesas y Lady Chatterley
Pág.133 novelas inglesas entre ellas Lady Chaterley
En su caso, D.H.Lawrence, sienta una cátedra de educación
sexual
Pág.133 D.H Lawrence, sienta una cátedra de educación
sexual
más dolorosa aún cuanto más inútil
Pág.133 más dolorosa cuanto más inútil
Había viajado hasta allí desde su lejano país
Pág.136 Había viajado allí desde su lejano país
Eliminação
de frase
Sin perturbar la música me senté silencioso en las
esteras
Pág. 131 Me senté silencioso en las esteras
La pared de un prisionero, contra la cual hay que
romperse la cabeza, sin que nadie venga aunque grites y llores. Lo grave es que
esta pared que me rodeaba era un muro de sol.
Pág.131 la pared de un prisionero, contra la cual puede
romperte la cabeza sin que nadie acuda, así grites y llores […]
una comida de gala a la cual había sido invitado
Pág.131 a una comida de gala […]
No había nada que pedirle nunca, ni nada que hablar con
él. Parecía que se le había olvidado el lenguaje.
Pág.131 […] Parecía que se le había olvidado el lenguaje.
Sin perturbar la música me senté silencioso en las
esteras
Pág. 131 Me senté silencioso en las esteras
Él se negó a hacerlo, y aunque no pudo impedir la
injusticia, fue privado de su cargo
Pág.132 Pero se negó a hacerlo y fue privado de su cargo.
Entre las cosas de Ceilán que recuerdo, está una gran
cacería de elefantes, a cuyo episodio final me tocó ser invitado.
Pág. 133 Entre las cosas de Ceilán que recuerdo, está una
gran cacería de elefantes.
La juventud impregnada de colonialismo cultural que no
hablaba sino de los últimos libros aparecidos en Inglaterra y los brotes de
independencia que asomaban en la pacífica superficie.
Pág.133 la juventud impregnada de colonialismo cultural
que no hablaba sino de los últimos libros parecidos en Inglaterra […]
Me contaban después los cazadores que el elefante
prisionero rechaza el alimento por muchos días.
Pág. 134 […] El
elefante prisionero rechaza el alimento por muchos días
Y en su desesperación cortaban de raíz los árboles más
débiles dispuestos a la más grande resistencia
Pág.134 en su desesperación cortaban de raíz los árboles
más débiles […]
Nuestra coexistencia era imposible y por fin un día se
decidió a partir.
Pág.136 […]Por fin un día se decidió a partir.
Eliminação
de parágrafo
Y sólo sabía sonreír con grandes dientes de buen caballo.
Hace un
año estuve de vuelta unos días en Ceilán, y puse un aviso en el periódico para
que Brampy fuera encontrado. No acudió. Posiblemente habrá desaparecido en la
germinación, calamidad y muerte que es la vida de los pobres en el Oriente
capitalista.
La
soledad era, pues
Pág.131 Sólo sabía sonreír con grandes dientes de
caballo.
[…]
La
soledad en este caso
Cuando se deciden a comerla están domesticados y ya
empiezan a aprender sus pesados trabajos.
Pág.134 Finalmente el elefante se decide a comerlos. Ya
está domesticado. Ya comienza a aprender sus pesados trabajos.
El
tiempo pasaba en una placidez ardiente.
Había
casi terminado de escribir el primero volumen de “Residencia en la tierra”
cuando tuve por primera vez una relación fraternal con escritores de otro
mundo, del pequeño o grande mundo europeo que nunca había existido para mí en
forma tangible. Alejo Carpentier, en Paris, y luego el joven poeta Rafael
Alberti, de quién yo nunca había oído hablar, leyeron los poemas de ese libro y
decidieron editarlo. Aquellas tentativas fueron frustradas, pero me dieron la
sensación de que mi poesía no estaba sola, que comenzaba a palpitar fuera de mi
destierro. Desde entonces data mi acendrada amistad hacia Alejo Carpentier, a
quien ahora he visto firmemente vinculado a su pueblo engrandecido y respetado.
En a Rafael Alberti, príncipe de una poesía siempre fresca y fragante, la
guerra de España nos dio una hermandad aún más profunda y duradera.
Pág.134 Ya comienza a aprender sus pesados trabajos.
[…]
Mudanças
sintáticas
La zona estaba despoblada
Pág.128 Era una zona despoblada
que sostienen valientemente con las cobras formidables
Pág.129 que sostienen valientemente con las
tremendas cobras
Mi hermana me ha traído
Pág.130 me ha traído mi hermana
No había nada que decirle
Pág.131 No era preciso ordenarle nada
Hay que romperse la cabeza
Pág.131 puedes romperte la cabeza
En el camino me detuvo la música
Pág. 132 En el camino me detuve a oír música
que jamás se haya escrito
Pág.132 que se haya escrito jamás
Era una casa pobre y al lado de la puerta
Pág.131 Al lado de la puerta pobre
Mudança de tempo
verbal
en mi ventana iluminando mi destino
Pág.128 en mi
ventana para iluminar mi destino
levantó la cabeza y abriendo las fauces dirigió su
hipnótica mirada al animalito
Pág.130 levantó la cabeza, abrió las fauces y dirigió su
hipnótica mirada al animalito
se dio cuenta seguramente de lo que iba a pasar y dando
un gran salto emprendió vertiginosa carrera
Pág.130 se dio cuenta exacta de lo que iba a pasar.
Entonces dio un gran salto, emprendió
vertiginosa carrera
en sentido contrario, dejando atrás serpiente y
espectadores
Pág.130 en sentido contrario y dejó atrás serpiente y
espectadores
Hay que romperse la cabeza
Pág.131 puedes romperte la cabeza
El hombre que debió ejecutar las órdenes de arrasar
aquella choza era un modesto funcionario.
Pág.132 El inglés que debía ejecutar las órdenes der
arrasar la choza era un modesto funcionario.
Reescrita
Con horror veía la masacre de las alhajas del mar: el
pescado se vendía en pedazos a la pobre población y el machete caía cortando en
trozos aquella materia divina de la profundidad que pronto queda convertida en
sangrienta mercadería.
Pág.128 Contemplaba con horror la masacre de las alhajas
del mar. El pescado se vendía en pedazos a la pobre población. El machete de los
sacrificadores cortaba en rozos aquella materia divina de la profundidad para
transformarla en sangrienta mercadería.
Ya temprano estaba yo con los pescadores. Estos de sus
embarcaciones provistas de larguísimos flotadores que las hacían parecerse a arañas
del mar extraían peces de violentos colores, peces como pájaros de la selva
infinita, rojos o tricolores, de oscuro azul fosforescente con intenso
terciopelo vivo, peces en forma de globo espinoso que se desinflaba hasta
convertirse en una pobre bolsita de espinas.
Pág.128 Las embarcaciones provistas de larguísimos
flotadores parecían arañas del mar. Los hombres extraían peces de violentos
colores, peces como pájaros de la selva infinita, unos de oscuro azul
fosforescente como intenso terciopelo vivo, otros en forma de globo punzante
que se desinflaba hasta convertirse en una pobre bolsita de espinas.
Ningún país en aquella época ni después, tenía tantos
elefantes trabajando en los caminos y siempre resultaba asombroso verlos –
lejos del circo o de las barras del jardín zoológico – cruzar con su carga de maderas
de un lado a otro de la ruta, como buenos y grandes jornaleros. Ningún país del
mundo tenía ni tiene tantos elefantes trabajando en los caminos.
Pág.129 Ningún país del mundo tenía ni tiene tantos
elefantes trabajando en los caminos. Resultaba asombroso verlos ahora – lejos
del circo o de las barras del jardín zoológico, cruzando con su carga de madera
de un lado a otro, como laboriosos y grandes jornaleros.
Por allá se cree que la mangosta tiene un secreto por
nadie compartido. Se supone que después de su lucha sale en busca de los
hierbecitas del antídoto.
Pág.129 Por allá se cree que la mangosta después de los
combates contra sus venenosos enemigos, sale en busca de las hierbecitas del
antídoto.
Había aparecido una gran serpiente y ser aprestaban para
celebrar el indudable triunfo de Kiria, mi famosa mangosta.
Pág.129 Había aparecido en la calle una atroz serpiente,
y ellos venían en demanda de Kiria, mi famosa mangosta, cuyo indudable triunfo
se aprestaban a celebrar.
De las continuas batallas que sostiene
valientemente con las cobras formidables conservan un prestigio algo
mitológico. Yo creo, de haberlas visto luchar muchas veces contra las
serpientes, que sólo vencen por su agilidad y por su gruesa capa de peo color
sal y pimienta que engaña y desconcierta al reptil venenoso.
Pág.129 De las continuas batallas que
sostienen valientemente con las tremendas cobras, conservan las mangostas un
prestigio casi mitológico, yo creo, tras haberlas visto luchas muchas veces
contra las serpientes, a las que vencen sólo por su agilidad y por su gruesa
capa de color sal y pimienta que engaña y desconcierta al reptil.
Recientemente, en estos mismos días, y acercándome ya a
los sesenta años, mi hermana me ha traído un cuaderno de mis más antiguas
poesías escritas en 1918 y 1919.
Pág.130 En estos días me ha traído mi hermana un cuaderno
que contiene mis más antiguas poesía, escritas en 1918 y 1919.
No había nada que decirle
Pág.131 No era preciso ordenarle nada
Era una casa pobre y al lado de la puerta me asaltó una
emanación
Pág. 131 Al lado de la puerta pobre me asaltó una
emanación
bajo el sortilegio de los tambores que acompañaban la voz
humana
Pág.131 bajo el sortilegio de los tambores y l fascinación
de aquella voz
Caía de pronto con todo su peso cristalino como si el más
alto surtidor hubiera tocado el cielo y se hubiera desplomado entre los
jazmines.
Pág.131 caía de ponto – con todo su peso cristalino –
como si el más alto de los surtidores hubiese tocado el cielo para desplomarse
en seguida entre los jazmines.
contra la cual hay que romperse la cabeza, sin que nadie
venga aunque grites y llores
Pág.131 puedes romperte la cabeza sin que nadie acuda,
así grites y llores
Cuando llegué y me excusé ante los ingleses que ya
cansados de esperarme estaban sentados a la mesa vestidos de negro y blanco les
dije: - Perdónenme. En el camino me detuvo la música.
Pág. 132 Los ingleses ya estaban sentados a la mesa,
vestidos de negro y blanco.
-Perdónenme. En el camino me detuve me detuve a oír
música – les dije.
“A village in the jungle”. La fama de su mujer, Virginia Wolf, grande escritora
subjetiva, borró esta “Aldea en la selva”, obra maestra de la verdadera vida y
de la literatura real.
Pág.132 A Village
in te jungle, obra maestra de la verdadera vida y de la literatura real un
tanto o mucho apabullada por la fama de la mujer de Wolf, nada menos que Virginia
Woolf, grande escritora subjetiva de renombre universal.
Ellos, que hacía veinticinco años que vivían en Ceilán,
se sorprendieron con elegancia:
Pág.132 Ellos, que habían vivido veinticinco años en
Ceilán, se sorprendieron elegantemente:
Indagando más y más supe que había excepciones en el
colonialismo.
Pág. 132 Había excepciones en el colonialismo; lo indagué
más tarde.
Estos avanzaron hacia cada u no de los elefantes rebeldes
colocándolos entre los dos domesticados, lo que golpeaban con sus trompas al
prisionero como vulgares “Police Men”, reduciéndolo a la inmovilidad y dando
con ello la oportunidad para que uno de los cazadores le amarrara una pata
trasera con gruesas cuerdas a un árbol vigoroso. Uno por uno fueron sometidos.
Pág.134 La pareja domesticada actuaba como vulgares
policías. Se situaban a los costados del animal prisionero, lo golpeaban con
sus trompas, ayudaban a reducirlo a la inmovilidad. Entonces los cazadores
amarraban una pata trasera con gruesas cuerdas a un árbol vigoroso. Uno por uno
fueron sometidos de esta manera.
Los paquidermos hacen largos viajes por la selva en busca
de brotes y cogollos de algunos arbustos
favoritos. Los cazadores les cortan este ayuno trayéndoles esta golosina
silvestre. Cando se deciden a comerla están domesticados y ya empiezan a
aprender sus pesados trabajos.
Pág. 134 Los dejan ayunar un tiempo y luego les traen
brotes y cogollos de sus arbustos favoritos, de ésos que, cuando estaban en
libertad, buscaban a través de largos viajes por la selva. Finalmente el
elefante se decide a comerlos. Ya está domesticado. Ya comienza a aprender sus
pesados trabajos.
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