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Delson Biondo
En una
revista del norte, de cuyo nombre no quiero acordarme, hay una sección
bobalicona llamada “Mi personaje inolvidable”.
Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi
infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia. La gran lluvia
austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de
Hornos, hasta la frontera. En esta frontera, o Far West de mi patria, nací a la
vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia.
Por mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese
arte de llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía
natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en hilos como largas
agujas de vidrio que se rompían en los techos o llegaba en olas transparentes contra
las ventanas y cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en
aquel océano de invierno.
Esta lluvia fría del sur de América no tiene las rachas
impulsivas de la lluvia caliente que cae como un látigo y pasa dejando el cielo
azul. Por el contrario, la lluvia austral, tiene paciencia y continúa, sin
término, cayendo desde el cielo gris.
Frente a mi casa, la calle se convirtió en un inmenso mar
de lodo. A través de la lluvia veo por la ventana que una carreta se ha
empantanado en medio de la calle. El
campesino, con manta de castilla negra, hostiga a los bueyes que no pueden
más entre la lluvia y el barro.
Pero el
verano de mi infancia redimía toda esa inmensa tristeza, pintaba de azul el
cielo, de claridad las calles, y de trigo las colinas.
Temuco es una ciudad pionera, de esas ciudades sin
pasado, pero con ferreterías. Como los indios no saben leer, las ferreterías
ostentan sus notables emblemas en las calles: un inmenso serrucho, una olla
gigantesca, un candado ciclópeo, una cuchara antártica. Más allá, las
zapaterías, una bota colosal.
Hace
cuatro o cinco años, para asistir a un congreso en Goiânia, hice con el
escritor Baltazar Castro un viaje aéreo que me pareció el más largo de los
viajes. Por encima del vasto Brasil, el avión de carga en que íbamos atados al
asiento, como condenados, tambaleaba y crujía por aquellos huracanados cielos.
Y cuando maltrechos, por fin llegamos al hotel y tuve el valor de asomarme a la
ventana, vi una ciudad sin pasado, sin telarañas, en que todo se estaba
empezando a hacer. Otra vez un mundo de ferreterías. Me volví hacia Baltazar
Castro y le dije: “Tanto sufrir en el avión, tanto viajar por el mundo, y todo
para volver a Temuco”.
Si
Temuco era la avanzada de la vida chilena en los territorios del sur de Chile,
esto significaba una larga historia de sangre. Al empuje de los conquistadores
españoles, después de trescientos años de lucha, los araucanos se replegaron
hacia aquellas regiones frías. Pero los chilenos continuaron lo que se llamó “la
pacificación de la Araucanía”, es decir, la continuación de una guerra a sangre
y fuego, para desposeer a nuestros compatriotas indefensos de sus tierras. Contra los indios todas las armas se
usaron con generosidad: el disparo de las carabinas, el incendio de sus chozas,
y luego, en forma más paternal, se usó la ley y el alcohol. El abogado se
hizo también especialista en el desojo de sus campos, el juez los condenó
cuando protestaron, el sacerdote los amenazó con el fuego eterno. Y, por fin,
el aguardiente consumó el aniquilamiento de una raza soberbia cuyas proezas,
valentía y belleza, dejó grabadas en estrofas de hierro y de jaspe don Alonzo
de Ercilla en su Araucana.
Mis padres llegaron de Parral, donde yo nací. Allí, en el
centro de Chile, crecen las viñas y abunda el vino. Sin que yo lo recuerde, sin
saber que la miré con mis ojos, murió mi madre doña Rosa Basoalto. Yo nací el
12 de Julio de 1904, y un mes después, en agosto, agotada por la tuberculosis,
mi madre ya no existía.
La vida
era dura para los pequeños agricultores del centro del país. Mi abuelo, don
José Angel Reyes, tenía poca tierra y muchos hijos. Los nombres de mis tíos me
parecieron nombres de príncipes de reinos lejanos. Se llamaban Amós, Oseas,
Joel, Abdías. Mi padre se llamaba
simplemente José del Carmen. Salió muy joven de las tierras paternas y trabajó
de obrero en los diques del puerto de Talcahuano, terminado como ferroviario en
Temuco.
Era
conductor de un tren lastrero Estos trenes lastreros conducían piedras y arena
que depositaban entre los durmientes de la línea férrea, para que la intensa
lluvia no moviera los rieles. Debiendo excavar el lastre de las canteras, este
tren de mi padre permanecía en cualquier rincón selvático, por semanas
completas.
El tren era novelesco. Primero, la
gran locomotora antigua, luego los innumerables carros planos en los que la
pala excavadora depositaba las pequeñas montañas de la entraña terrestre,
después los carros de los peones, por lo general, rudos gañanes de vida
desordenada, y luego el vagón en que vivían sobre ruedas mi padre y el
telegrafista. Todo eso en medio de faroles de vidrios verdes y rojos, de
banderas de ceñales y mantas de tempestad, de olor aceite, de hierros oxidados,
y con mi padre, pequeño soberano de barba rubia y ojos azules, dominando como
un capitán de barco la tripulación y la travesía.
Viajé muchas veces por los ramales
en esta casita de mi padre que se detenía junto a la selva primaveral, selva
virgen que me reservaba los más espléndidos tesoros, inmensos helechos,
escarabajos deslumbrantes, curiosos huevos de aves silvestres.
A la
ciudad de Temuco llegó el año de 1910. En este año memorable entré al Liceo, un
vasto caserón con salas destartaladas y subterráneos sombríos. Desde la altura
del Liceo, en primavera, se divisaba el ondulante y delicioso río Cautín, con
sus márgenes pobladas por manzanos silvestres. Nos escapábamos de las clases
para meter los pies en el agua fría que corría sobre las piedras blancas.
Pero el
Liceo era un terreno de inmensas perspectivas para mis seis años de edad. Todo
tenía posibilidad de misterio. El laboratorio de Física, al que no nos dejaban
entrar, lleno de instrumentos deslumbrantes, de retortas y cubetas. La
Biblioteca, eternamente cerrada. Los hijos de los pioneros no gustan de la
sabiduría. Sin embargo, el sitio de mayor fascinación era el subterráneo. Había
allí un silencio y una oscuridad muy grande. Alumbrándonos con velas jugábamos
a la guerra. Los vencedores amarraban a los prisioneros a las viejas columnas.
Todavía conservo en la memoria el olor a humedad, a sitio escondido, a tumba,
que emanaba del subterráneo del Liceo de Temuco.
Fui
creciendo. Me comenzaron a interesar los libros y en las hazañas de Buffalo
Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones
del sueño. Los primeros amores, los purísimos se desarrollaban en cartas
enviadas a Blanca Wilson. Esa muchacha era hija del herrero y uno de mis compañeros, perdido de amor por ella, me pidió que le
escribiera sus cartas de amor. No recuerdo cómo serían esas cartas, pero tal
vez fueron mis primeras obras literarias, pues, cierta vez, al encontrarme con
la colegiala, ésta me preguntó si yo era el autor de las cartas que le llevaba
su enamorado. No me atreví a renegar de mis obras y muy turbado le respondí que
sí. Entonces me pasó un membrillo que por supuesto no quise comer y guardé como
un tesoro. Desplazado así mi compañero en el corazón de la muchacha, continué escribiéndole interminables cartas de
amor y recibiendo membrillos.
En estos recuerdos no veo bien la precisión periódica del
tiempo. Se me confunden hechos minúsculos que tuvieron importancia para mí y me
parece que debe ser anterior a ésta la primera aventura erótica, extrañamente mezclada a la historia
natural. Tal vez el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los
yacimientos de mi poesía.
Frente a
mi casa vivían dos muchachas que de continuo me lanzaban miradas que me
ruborizaban. Lo que yo tenía de tímido y silencioso lo tenían ellas de precoces
y diabólicas. De pie esa vez en la
puerta de mi casa, trataba de no mirarlas. Tenían en sus manos algo que me
fascinaba. Me acerqué con cautela y me mostraron un nido de pájaro silvestre,
tejido con musgo y plumillas, que guardaba en su interior unos maravillosos
huevecitos de color turquesa. Cuando fui a tomarlo una de ellas se interpuso diciéndome que primero debía hurgar en mis ropas. Temblé de terror
y me escabullí rápidamente, perseguido por las jóvenes ninfas que enarbolaban
el incitante tesoro. En la persecución entré por un callejón hacia el local
deshabitado de una panadería, propiedad de
mi padre. Allí las asaltantes
lograron alcanzarme y comenzaban a despojarme de mis pantalones cuando por el
corredor se oyeron los pasos de mi padre. Allí terminó el nido. Los
maravillosos huevecillos quedaron rotos en la panadería abandonada, mientras
debajo del mostrador, escondidos y
apretados entre telarañas y restos
de pan y harina, asaltado y asaltantes conteníamos la respiración.
Muchas
veces me han preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la
poesía.
Trataré de recordarlo. Muy atrás en mi infancia y
habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé
unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje
diario. Las puse en limpio en un papel preso de una ansiedad profunda, de un
sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Era
un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical
madrasta cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de
juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres. Ellos estaban en el
comedor, sumergidos en una de esas conversaciones en voz baja que dividen más
que un río el mundo de los niños y el de los adultos. Les alargué el papel con
las líneas, tembloroso aún con la primera visita de la Inspiración, Mi padre, distraídamente, lo tomó en sus manos,
distraídamente lo leyó, distraídamente me lo devolvió, diciéndome:
- ¿De dónde lo copiaste?
Y siguió
conversando en voz baja con mi madre, de sus importantes y remotos asuntos.
Me
parece recordar que así nació mi primer poema y que así recibí la primera
muestra distraída de la crítica literaria.
Mientras tanto, avanzaba en el mundo del conocimiento, en
el desordenado río de los libros como un navegador solitario. Llegué a devorar tres libros al día.
Todo lo consumía. Mi avidez de lectura no descansaba de día ni de noche. En la
costa, en el pequeño puerto Saavedra, hoy
destruido por un cataclismo, encontré una Biblioteca Municipal y un viejo poeta, don Augusto Winter, que se
admiraba de mi voracidad literaria. -
¿Ya los leyó?, me decía pasándome un nuevo Vargas Vila, un Ibsen, un
Rocambole. Como un avestruz, yo tragaba sin discriminar.
Por esos años llegó como directora del
Liceo de niñas de Temuco una señora alta y mal vestida. Se cuenta que cuando
las damas de la localidad le propusieron que se pusiera sombrero – todas lo
llevaban entonces – contestó sonriendo: - ¿Para qué? Sería ridículo. Sería como
ponerle sombrero a la cordillera de los Andes.
Era Gabriela Mistral. Yo la miraba pasar
por las calles de mi pueblo con sus tacos bajos y sus ropones talares, y le
tenía miedo. Pero, cuando venciendo mi condición huraña me llevaron a
visitarla, la encontré buenamoza, y en su rostro tan tostado en que la sangre
india predominaba como un bello cántaro araucano, sus
dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa que iluminaba
la habitación.
Yo era demasiado joven para ser su amigo, y demasiado
tímido y ensimismado. La vi muy pocas veces. Lo bastante para que cada vez
saliera con algunos libros que me regalaba. Eran siempre novelas rusas que ella
consideraba como lo más extraordinario de la literatura mundial. Puedo decir
que Gabriela me embarcó en esa seria y terrible visión de los novelistas rusos,
y que Tolstoi, Dostoievski, Chéjov, entraron en mi más profunda predilección.
Siguen acompañándome.
No es
éste el único bien que recibí de Gabriela Mistral. Su dramática poesía y su
sonrisa de muchacha traviesa, son cosas que también sigo atesorando.
O CRUZEIRO
Internacional, 16 de enero de 1962.
Estudo
comparativo
A
primeira transcrição se refere ao texto Las
vidas del Poeta, Memorias y recuerdos de Pablo Neruda, publicado pela
revista O Cruzeiro Internacional em
1962, reproduzido aqui e com a indicação em negrito do que foi mudado em Confieso que he vivido (Barcelona, Seix
Barral, 1974). A segunda transcrição é antecedida da menção da página em que
ocorreu a mudança em Confieso que he
vivido.
Mudança de pontuação
una panadería, propiedad de mi padre
Pág. 23 Una panadería de propiedad de mi padre
- ?Ya los leyó?
Pag.33 “Ya los leyó?”
Eliminação da maiúscula
Inspiración
Pag. 32 inspiración
Biblioteca Municipal.
Pag. 33 biblioteca municipal
Grafia
diferenciada de nome próprio
Abdías
Pag.17 Abadias
Acréscimo de palabras
Continué escribiéndole
interminables
Pág.21 Continué escribiéndole a ella interminables
una panadería, propiedad de mi padre
Pág. 23 una panadería de propiedad de mi padre
Substitução
de palavras
El campesino
Pág. 15 Un campesino
se usó la ley y el alcohol
Pág. 16 se empleó la ley y
el alcohol
uno de mis compañeros
Pág. 21 uno de los
muchachos
me parece que debe ser
anterior a ésta la primera aventura erótica
Pág. 22 me parece que debe
ser ésta mi primera aventura erótica
De pie esa vez en la
puerta de mi casa
Pág. 23 Esa vez parado en
la puerta de mi casa
Eliminação de palavras
para desposeer a nuestros
compatriotas indefensos de sus tierras
Pág. 16 para desposeer a
nuestros compatriotas de sus tierras
me parece que debe ser
anterior a ésta la primera aventura erótica
Pág. 22 me parece que debe
ser ésta mi aventura erótica.
Cuando fui a tomarlo una
de ellas se interpuso diciéndome
Pág. 23 Cuando fui a
tomarlo una de ellas me dijo
Allí las asaltantes
lograron
Pág. 23 Las asaltantes
lograron
Eliminação
de frases
Escondidos y apretados entre telarañas y restos de pan y
harina
Pág. 23
Llegué a devorar tres libros al día. Todo lo consumía
Pág. 33
Hoy destruido por un cataclismo
Pág. 33
Eliminação de parágrafos
En una revista del Norte, de cuyo
nombre no quiero acordarme, hay una sección bobalicona llamada “Mi personaje
inolvidable”.
Pág. 15 […]
Pero el verano de mi infancia
redimía toda esa tristeza, pintaba de azul el cielo, de claridad las calles, y
de trigo las colinas.
Pág.
15 […]
Hace
cuatro o cinco años, para asistir a un Congreso en Goiânia, hice con el
escritor y senador Baltasar Castro un viaje aéreo que me pareció el más largo
de los viajes. Por encima del vasto Brasil, el avión de carga en que íbamos
atados al asiento, como condenados, tambaleaba y crujía por aquellos
huracanados cielos. Y, cuando, maltrechos, por fin llegamos al hotel y tuve
valor para asomarme a la ventana, vi una ciudad sin pasado, sin telarañas en
que todo se estaba empezando a hacer. Otra vez un mundo de ferreterías. Me
volví hacia Baltasar y le dije:”Tanto sufrir en el avión, tanto viajar por el
mundo, y todo para volver a Temuco”.
Pág. 16 […]
No es
éste el único bien que recibí de Gabriela Mistral. Su dramática poesía y su
sonrisa de muchacha traviesa, son cosas que también sigo atesorando.
Pág.
33 […]
Era conductor de un tren lastrero. [os
cinco parágrafos que seguem, foram eliminados].
Pág. 17. Era conductor de un
tren lastrero [os parágrafos que seguem não possuem relação com aqueles da
revista]
Mudança
de tempo verbal
Cuando fui a tomarlo una de ellas se interpuso diciéndome
que primero
Pág. 23 Cuando fui a tomarlo una de ellas me dijo que
primero
Reescrita de parágrafo
Por esos años llegó como directora del Liceo de Niñas de
Temuco una señora alta y mal vestida. Se cuenta que cuando las damas de la
localidad le propusieron que se pusiera sombrero - todas lo llevaban entonces -
contestó sonriendo: - ¿Para qué? Sería ridículo. Sería como ponerle sombrero a
la cordillera de los Andes.
Era
Gabriela Mistral. Yo la miraba pasar por las calles de mi pueblo con sus tacos
bajos y sus ropones talares, y le tenía miedo. Pero, cuando venciendo mi condición
huraña me llevaron a visitarla, la encontré buenamoza, y en su rostro tan
tostado en que la sangre india predominaba como en un bello cántaro araucano,
sus dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa que
iluminaba la habitación.
Pág. 33 Por ese tiempo llegó a Temuco una señora alta,
con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo. Era la nueva directora del
liceo de niñas. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves de Magallanes.
Se llamaba Gabriela Mistral.
Yo la
miraba pasar por las calles de mi pueblo con sus ropones talares, y le tenía
miedo. Pero, cuando me llevaron a visitarla, la encontré buenamoza. En su
rostro tostado en que la sangre india predominaba como en un bello cántaro
araucano, sus dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa
que iluminaba la habitación.
Memórias
folhetinescas de Pablo Neruda em O
Cruzeiro Internacional
Delson
BIONDO
Cecilia
ZOKNER
RESUMO
O
artigo resgata, analisa e traduz a primeira de uma série de dez crônicas
autobiográficas, escritas originalmente por Pablo Neruda, em 1962, para a
revista brasileira O Cruzeiro Internacional. Analisado em suas
particularidades, esse capítulo desvenda aspectos de importância biográfica no
que diz respeito ás relações entre Neruda e o Brasil, bem como uma série de
reveladoras envolvências psicossociais do autor. Por ser um texto anterior à
obra Confieso que he vivido e possuir passagens que nela não figuram, essas
ignoradas memórias folhetinescas reclaman uma presença definitiva dentro das
obras completas do poeta.
PALAVRAS-CHAVE:
Pablo Neruda. Memórias. O Cruzeiro
Internacional. Autobiografia.
Talvez o grande público desconheça
que as memórias em prosa do Nobel chileno foram publicadas pela primeira vez no
Brasil. “Las vidas del poeta:memorias y recuerdos de Pablo Neruda” em dez
capítulos quinzenais, de janeiro a junho de 1962. Essa Revista, hoje extinta,
foi inovadora não só no panorama jornalístico brasileiro, mas, também na sua
intenção de atingir um contexto cultural mais amplo. Em seus primórdios, teve
uma tiragem de aproximadamente trezentos mil exemplares, distribuídos em mais
de vinte países de fala hispânica, inclusive nos Estados Unidos1.
1 Para o presente estudo, utilizamos
fac-símiles de O Cruzeiro Internacional obtidos junto à Biblioteca Nacional do
Rio de Janeiro. Todo este material, no entanto, foi resgatado e publicado por
Alejando Escobar no Chile em 2004. Ver JIMÉNEZ
Escobar , 2004.
Em seu
aspecto gráfico, o texto se apresenta em três colunas, com exceção dos casos em
que a inserção de uma foto, título ou chamada reduzem o número para uma ou duas
colunas. Cada capítulo traz, em sua página de abertura, o título do folhetim em
caixa alta, seguido de uma reprodução da assinatura de Pablo Neruda em grandes
caracteres, recurso que pretende tornar mais próxima a presença do autor e,
assim, proporcionar um maior apelo emocional a sua narrativa. Acompanhando o
título de cada capítulo, a informação de que o texto é matéria exclusiva da
revista O Cruzeiro Internacional. “Las vidas del poeta” é um título que soa
instigante, pois remete a uma existência plural, a uma vida que se desdobra e
contém em si muitas outras. Esse viver de forma intensa, aproxima o poeta da
natureza, das coisas do mundo, das pessoas e dos acontecimentos de sua época,
fazendo dele um autor que não se entrincheira, que busca o prazer dos sentidos
e a fixação do vivido.
A reconstrução dessa vida, elaborada
a partir de lembranças voluntárias, e às vezes involuntárias, de momentos
seletos e marcantes ou, simplesmente, curiosos, foi disposta em dez capítulos,
cujos títulos nem sempre elucidativos, podem resultar, no entanto, sugestivos
ou impactantes: “El joven provinciano”, “Perdido en la ciudad”, “Los caminhos
del mundo”, La calle oriental”, “La luz de la selva”, “En Ceilán, la soledad
luminosa”, “Tempestad en España”, “Las entrañas de América”, “Lucha y
destierro”, “Dicciones y contradicciones finales” 2
2
Na Revista, os títulos são todos grafados em caixa alta.
Dois elementos paratextuais estão
presentes em todos os capítulos: fotos do poeta (algumas com comentários e
explicações) e diversas chamadas que sintetizam o conteúdo do capítulo. Em
tamanho maior, as fotos que antecedem cada capítulo retratam um poeta de olhar distraído,
aborto em seus pensamentos ou devaneios, pouco preocupado com a câmara, mas
bastante atento à imagem que ela pretende fixar. O perfil é sua posição
preferida, eventualmente espalma as mãos nas pernas ou leva a mão direita ao
queixo para apoiar a cabeça.
No
capítulo de abertura, a foto escolhida, única a retratar um Neruda sorridente e
em cumplicidade com a câmara, é coetânea ao texto; não a outra, inserida nos
interstícios da narrativa, que revela um colegial aos dezenove anos, de nariz
grande e orelhas de abano, como que posando forçosa e timidamente para uma foto
institucional.
Tanto as notas ao pé das fotos (em
itálico) quanto as chamadas resumidoras dos textos (em tipo maiores) são, muito
provavelmente de cunho editorial, ou seja, não devem ter sido formuladas pelo
poeta, mas reescritas a partir de seu texto, de forma a chamar a atenção do
leitor para os tópicos mais importantes.
Somente o primeiro capítulo vem
antecedido por breves palavras de apresentação, nas quais a revista se empenha
em ressaltar: o ineditismo do empreendimento, o esforço levado a cabo para
concretizá-lo no período de um ano e meio e a importância da poesia de Pablo
Neruda para os povos da América. Digna de nota e a forma como a revista defende
um conceito de expressão poética em que a poesia de um escritor profundamente
comprometido é dissociada desse comprometimento; também, o modo como a revista
se esquiva das possíveis críticas e dos dilemas ideológicos que as memórias de
um poeta comunista poderiam gerar, enaltecendo o talento de sua poesia e
minimizando os efeitos de sua postura político-partidária.
Muchos podrán discutir la posición política de Pablo
Neruda, muchos pueden ser sus acérrimos enemigos y combatirlo hasta con
violencia, pero en toda América Latina no existe la menor discordancia respecto
a su notable talento poético – el poeta ha sido consagrado por los críticos de
todas las ideologías. Y este último motivo nos han llevado a publicar las
Memorias de Neruda, como homenaje a la auténtica poesía (NERUDA,1962, p. 15)
Se as
chamadas são de autoria dos editores, não assim os títulos, até porque três
deles reaparecem literalmente em Confieso
que he vivido (NERUDA, 1974),
suas memórias canônicas: ”El joven provinciano”, “Perdido en la ciudad”, “Los
caminos del mundo”. No primeiro capítulo,
as chamadas se apresentam numa coluna paralela ao texto, seguindo-lhe a mesma
ordenação: “El arte de la lluvia”, “La ciudad de Temuco en la frontera”,
“Temuco y Goiânia”, “Los araucanos”, “Los tíos del norte”, “El conductor de
tren”, “El Liceo de Temuco”, “Cartas de amor contra membrillo”, “El nido y el
sexo”, “Mi primer poema”, “Una señora mal vestida” . (NERUDA,
1962, P. 16)
Dentre
essas chamadas, “El nido y el sexo”, por exemplo, não parece ser de autoria do
poeta, pois contraria a sutileza do episódio que reconta uma situação de cunho
erótico, sem empregar, em nenhum momento a palavra sexo. “Los tíos del norte”, por sua vez, podem sugerir, de forma
equivocada, uma referência aos Estados Unidos, quando, de fato, Neruda faz
menção a seus parentes do centro do Chile, região mais ao norte de Temuco.
A
Crônica autobiográfica se inicia com uma paródia das primeiras linhas do Don
Quijote de la Mancha: En um lugar de la
Mancha, de cuyo nombre no quiero cordarme [...] (CERVANTES SAAVEDRA, 1956,
p.21). Ao homenagear essa figura prototípica tão presente no imaginário
latino-americano, Neruda saúda, ao mesmo tempo, Cervantes e a língua espanhola, num parágrafo que foi descartado
em Confieso que he vivido: En una revista del Norte, de cuyo nombre no quiero acordarme, hay una
sección bobalicona llamada “Mi personaje inolvidable”. (NERUDA, 1962, p.15)
Essa
palavra, com maiúscula, sugerindo América do Norte e a revista de cujo nome não
quer se lembrar, remetendo a Seleções
(ou Reder´s Digest), criam um liame com o provável leitor através de provocações
irônicas. Um texto espirituoso pode despertar sorrisos e simpatias que nos
predispõem, de antemão, a lermos com mais entusiasmo. A seção “Meu personagem
inesquecível” da referida revista, serve de mote para o início de suas
memórias. Ironicamente, o escritor imprime, desta forma, o tom com o qual o
leitor deve começar a ler o texto: como se fosse uma seção “bobalhona” da
revista Seleções.
Se a
paródia com o texto de Cervantes e a referência a uma seção da revista norte-americana
podem ser indicativo deum jocoso desdém do poeta em relação aos textos
publicados em revistas, no parágrafo seguinte, Neruda se dispõe a realizar sua
tarefa autobiográfica, fazendo decididamente algo nos moldes daquilo que ele
acabara de zombar. Portanto, sua “seção bobalhona” também começa com um
personagem inesquecível: a chuva. E´ quando ocorre uma rápida transição
qualitativa para o lírico, tecido a partir de hipérboles, símiles, eufemismos,
metáforas, paralelismos e adjetivações.
A presença
da chuva como personagem marca a passagem do prosaico para o poético. Neruda
humaniza a chuva, instaura um jogo de oposições entre dois tipos de chuva e
dois tipos de céu: realiza um paralelismo entre chuva de verão, impaciente, que
cai como um chicote, e a impaciência deum rude camponês que fustiga seus bois;
e cria um contraste entre inverno e verão, finalizando assim o quadro: Pero el verano de mi infancia redimía toda esa inmensa tristeza, pintaba
de azul el cielo, de claridad las calles, y de trigo las colinas. (NERUDA,
1962, p. 16)
Este
parágrafo final, que não foi reaproveitado em Confieso que he vivido, aponta para um verão outra vez
antropomorfizado, que redime pinta e faz prevalecer uma visão de futuro mais
esperançosa sobre a tristeza oriunda da chuva.
Começam
a aparecer os intervalos ou seja, espaços interpolados que na diagramação do
capítulo delimitam porções de texto que chamaremos de segmentos 3
Nesse primeiro capítulo, há oito segmentos e sete intervalos,
3 Para facilitar a análise, os segmentos foram por nós numerados.
os quais não sabemos se foram estabelecidos
pelo autor ou pelos editores. No entanto, as vezes, eles são indicativos de
mudança de assunto, de perspectiva narrativa e também de saltos temporais. O
narrador, até então em primeira pessoa, passa momentaneamente para a terceira,
no primeiro parágrafo do segundo segmento. Ao fazê-lo, distancia-se do narrado
e serve-se de um linguajar de crônica, que é nuançado por adjetivos
ironicamente hiperbólicos: inmenso
serrucho, olla gigantesca, candado ciclópico, cuchara antártica, bota colossal
(NERUDA p. 16). Uma possível troça aos emblemas que atraíam a atenção dos
índios analfabetos para as lojas de ferramentas da cidade de Temuco, lugar onde
passou a infância. Intrigante
é a forma como Neruda, no próximo parágrafo do mesmo segmento, retomando a
primeira pessoa, faz uma notação do I Congresso Internacional de Intelectuais,
realizado em Goiânia em fevereiro de 1954. Os oito anos decorridos desde aquele
encontro para ele se transformaram em quatro ou cinco. Esse lapso do autor pode
ser lido como um indício de seu aparente menoscabo pelo congresso em questão,
como veremos adiante. Uma deformação a respeito do tempo não invalida o pacto referencial indispensável em
autobiografias, uma vez que, como diria Lejeune (1994, p.76-77), as informações
nelas contidas não precisam passar pelo crivo da verificação. Além disso, esquecimentos
e erros involuntários fazem parte do processo autobiográfico de circunscrição
da realidade.
Com
exceção da assustadora viagem aérea que lhe pareceu el más largo de los viajes, nada mais foi recordado. Se para Neruda
essa vinda ao Brasil não parece ser significativa, tampouco parece ter sido
para os seus biógrafos. A viagem a Goiânia, bem como a passagem do poeta pelo
Brasil, ambas relatadas num único parágrafo de O Cruzeiro Internacional foram excluídas de Confieso que he vivido:
Hace cuatro o cinco años, para asistir a un Congreso en
Goiânia, hice con el escritor y senador Baltasar Castro un viaje aéreo que me
pareció el más largo de los viajes. Por encima del vasto Brasil, el avión de
carga en que íbamos atados al asiento, como condenados, tambaleaba y crujía por
aquellos huracanados cielos. Y, cuando maltrechos, por fin llegamos al hotel y
tuve valor para asomarme a la ventana, vi una ciudad sin pasado, sin telaraña,
en que todo se estaba empezando a hacer. Otra vez un mundo de ferreterías. Me
volví hacia Baltasar y le dije: “Tanto sufrir en el avión, tanto viajar por el
mundo, y todo para volver a Temuco”
Este
parágrafo especificamente suscitou o nosso interesse em conhecer melhor as
reais circunstâncias e detalhes sobre a presença de Neruda em Goiânia. Do
material que conseguimos reunir, desprenderam-se relações que nos parecem
pertinentes para captar o estado de espírito nerudiano nesta sua visita a
terras brasileiras.
Volodia
Teitelboim (2000, p. 367-368) que registrou essa vinda, fez parte da delegação
chilena, juntamente com o senador Baltasar Castro, com o romancista Joaquín
Guttierrez, a cantora folclorista Margot Loyola e Neruda e sua mulher, Delia
del Carril. Segundo Volodia, o Congresso contou, também, com a participação do
cineasta Alberto Cavalcanti, do Presidente do Instituto de Arquitetos do
Brasil, Milton Roberto, dos escritores Orígenes Lessa e Afonso Schmidt, do
pintor Werneck, do compositor Edino Krieger e do arquiteto Oscar Niemeyer. A
esta lista, ainda podemos acrescentar: Herbert Moses, presidente da Associação
Brasileira de Imprensa, as atrizes Vanja Orico e Maria Della Costa, o cineasta
Lima Barreto, o músico Lupicinio Rodriguez, o arquiteto Demétrio Ribeiro, o
romancista José Geraldo Vieira, a poetisa Lilla Ripoll e Jorge Amado4
4
Informações retiradas de Folha de Goiaz, ano XI, número 2492 e 2495. Goiânia,
16 e 19 de fevereiro de 1954.
Também estiveram presentes os historiadores
Bernardo Kordon, da Argentina e Jesualdo Sosa do Uruguai, além de René
Depestre, uma das vozes literárias mais expressivas do Haiti, a escultora
uruguaia María Carmen Loca e o poeta paraguaio Elvio Romero, entre muitos
outros.
Embora a presença de tantas personalidades
expoentes do mundo cultural, muitos deles de credos políticos antagônicos, pudesse
ocasionar divergências, o encontro primou por unidade e concordância em relação
a seus aspectos fundamentais a ponto de um dos participantes concluir que o
Congresso fora uma belíssima vitória, alta,
luminosa e esplêndida de que podiam orgulhar-se todos os intelectuais brasileiros (FOLHA de Goiaz, 1954).
Na verdade, a participação de Pablo Neruda
neste I Congresso Internacional de Intelectuais, pelo registro deixado na
imprensa local, ocorreu no primeiro dia de atividades, quando ele compôs a mesa
de instalação dos trabalhos e declamou poemas. No Lyceu de Goiânia, Neruda
discorreu sobre sua infância, tudo com grande sentido poético segundo a
escritora Amália Hermano Teixeira5. No livro Goiânia 75, Hélio Rocha (2009, p.207)
menciona que o casal Amália e Maximiano da Mata Teixeira,
5 Ver DM Revista. Goiânia, 22 de setembro de
1983.
ao
lado de Jorge Amado, teriam ciceroneado Neruda pelas ruas da cidade.
Curioso
não ter sido referida por Hélio Rocha, nestes passeios, a presença de Delia del
Carril, que segundo Volodia não se apartava de Neruda, especialmente pelo
assédio feminino de que era alvo. Nos olhos de Delia, Volodia (2000, p.368)
percebia uma tristeza oculta; talvez ela já intuísse a futura separação, que
ocorreria de fato, no ano seguinte, quando iria perder irreversivelmente seu
marido para Matilde Urrutia.
O
romance entre Pablo Neruda e Matilde Urrutia principiou no México em 1949. A
relação amorosa de ambos, que somente seria assumida em 1955, até então fora
clandestina. Mas, nesta viagem, Matilde não estava presente como tantas vezes
já acontecera. Do Rio de Janeiro, antes de partir para Goiânia, Neruda lhe
escreve uma breve carta em papel timbrado do Copacabana Palace Hotel onde
estava hospedado. Essa carta de 12 de fevereiro, publicada em Pablo Neruda Cartas de amor (OSES,
2010, p. 16) que reúne a correspondência o poeta para Matilde, é significativa
porque exprime o ânimo de Neruda em relação ao Brasil e ao Congresso do qual
irá participar. Nela encontramos uma zombaria de Baltasar Castro sobre a
relação extraconjugal que Neruda estava vivendo naquele momento, informações
sobre o itinerário e a data de retorno ao Chile, queixas sobre a ausência de
Matilde, menção às pequenas cumplicidades entre os dois, alusão a um repentino
mal-estar do poeta e a constatação, no penúltimo parágrafo, da onipresença de
Matilde na vida de Neruda: Amor no hay
Río, niselva, ni casas, ni playas, ni montes, ni ciudad, ni congresso, ni
cielo, ni tierra sin Us. Amor mío. (OSES, 2010, p. 60) 6
6 As
cartas de Pablo Neruda foram reproduzidas tal qual foram escritas, sem correção
de nenhuma espécie.
Essa veemente lamentação pela
ausência de sua amante, contrasta com o que escrevera algumas linhas acima, na
mesma carta, quando presume possíveis discórdias, estando presentes ao mesmo
tempo, numa pequena cidade Delia e Matilde: Muy
bien que no haya venido, esto será será en una ciudad no más grande que S.Alfonso. Calcule el cahuín! Volveremos. Aquí tenían
preparado um mês(!) de festejos (aniversario) para mí.(OSES, 2010, p.60, o
grifo é nosso).
Causa
estranheza o uso da palavra cahuín
para designar o evento brasileiro, pois essa palavra chilena, de origem
araucana, remete a um conjunto de pessoas barulhentas e embriagadas. Termo
pejorativo que, juntamente, com o pronome demonstrativo neutro esto, para designar o Congresso, e com a
expressão ciudad de la selva,7 para
remeter a Goiânia,
7 Ver ANEXO II
além
da comparação com a minúscula San Alfonso chilena, parecem expressar um desdém
pelo evento, pela cidade onde seria realizado e, por extensão, aos próprios
brasileiros que o estavam acolhendo com tanta cordialidade. Desinteresse
corroborado pela recusa do poeta em aceitar os festejos que, no Rio de Janeiro,
tencionavam oferecer-lhe quando retornasse do Congresso, pelo seu quinquagésimo
aniversário e que ele rejeitou sem pestanejar, jogando-o para um futuro
improvável: He dicho que más tarde. (OSES,
2010, p.60) 8
8
Devido a sua fama de poeta e militante político, tanto no Chile como no Brasil,
pretendiam festejar os cinquenta anos de vida de Neruda em grande estilo.
De sua permanência em Goiânia,
parece ter restado em seus escritos apenas uma alusão banal contida num verso
de sua “Oda al pájaro sofré”: de la
fértil Goiania,/ te enviaron / encerrado. (NERUDA, 1993, p.135). Mais do
que essa inexpressiva referência à incipiente cidade brasileira, a ligação que
Neruda estabelece com ela é a de um mero cenário onde se expressa o seu
capricho ornitofílico, de amante de pássaros, ao exigir que enviassem ao Chile
a ave sofré, também conhecida como corrupião, que tanto o cativara. No entanto,
contrariando as expectativas do poeta, o pássaro sofré, acostumado ao ambiente
seco de Goiânia, não se adaptou ao gélido clima chileno e definhou até a morte.
Essa morte provocou em Neruda um profundo arrependimento que deu origem à
mencionada ode, escrita no Chile nos dias 17 e 18 de março9 e
publicado em Odas Elementales neste
mesmo ano de 1954.
9 Conforme estudo de R.D.F. Pring-Mioll, intitulado “El
Neruda de las Odas Elementales”. In Coloquio Internacional sobre Pablo Neruda
(La obra posterior al Canto General). Poitiers:
Centre de Recherches Latino-Américaines, 1979, p.299
No parágrafo de O Cruzeiro Internacional, Goiânia, que na época do Congresso
contava com apenas vinte anos de existência, é vista por Neruda de uma forma um
tanto depreciativa. Ao nela chegar, após uma longa, perigosa e desgastante
viagem de avião, Neruda não se sente recompensado. Ela não lhe oferece
atrativos, nem história, nem passado. Ao abarca-la com o olhar, a partir da
janela do hotel, um melancólico pensamento lhe sobrevém: estar ali, naquele
lugar, era como voltar à pequena e chuvosa cidade de sua infância, Temuco.
Aludir a Goiânia logo no inicio
dessas memórias sugere um des ejo de aproximação do autor-Neruda com o público
brasileiro, propósito que não irá se repetir em nenhum dos outros capítulos.
Embora Neruda já houvesse estado no Brasil, o fato de ter omitido sua
retumbante presença no Estádio do Pacaembu em 1945, em São Paulo – quando num
comício em homenagem ao comunista brasileiro Luis Carlos Prestes, declamou um
poema diante de mais de cem mil pessoas é explicável. Isso porque, se levarmos
em conta a breve e prudente nota da revista O Cruzeiro Internacional, que introduz esse primeiro capítulo, e a
ela somarmos as vagas impressões de Neruda sobre Goiânia, fica evidente quer o
autor tentou estabelecer uma empatia com o leitor brasileiro isenta de
quaisquer significados políticos. A omissão parece, portanto, se justificar,
pois o tributo a Prestes, expresso no poema a ele dedicado, poderia ser
constrangedor para a redação de uma revista que tentou eludir a militância
política de Pablo Neruda.
Após as considerações sobre a viagem
a Goiânia, Neruda retoma Temuco, porém o faz reportando-se à história sangrenta
da conquista espanhola, o que aponta para uma concepção de História que
privilegia os oprimidos e critica os opressores.
“Las
vidas del poeta” são, algumas vezes, a semente de muito daquilo que o escritor
vai explorar, ampliar ou reescrever em Confieso
que he vivido. Neste capítulo de estreia, a primeira metade do quarto
segmento trata da profissão de seu pai, um condutor de trem. Neruda oferece uma
rápida informação sobre esse trem, sobre o aspecto físico do pai, sobre os
trabalhadores da linha férrea, sobre o trabalho que eles realizavam e sobre o
quanto Neruda foi marcado pela experiência de conviver nesse meio.
Era conductor de un tren lastrero. Esos trenes lastreros
conducían piedras y arena que depositaban entre los durmientes de le línea
férrea, para que la intensa lluvia no moviera los rieles. Debiendo excavar el
laste de las canteras, ese tren de mi padre permanecía en cualquier rincón
selvático, por semanas completas.
El tren era novelesco. Primero, la gran locomotora
antigua, luego los innumerables carros planos en los que la pala excavadora
depositaba las pequeñas montañas de la entraña terrestre, después los carros de
los peones, por lo general, rudos gañanes de vida desordenada, y luego el vagón
en que vivían sobre ruedas mi padre y el telegrafista. Todo eso en medio de
faroles de vidrios verdes y rojos, de banderas de señales y mantas de
tempestad, de olor a aceite, a hierros oxidados, y con mi padre, pequeño
soberano de barba rubia y ojos azules, dominando como un capitán de barco la
tripulación y la travesía.
Viajé muchas veces por
los ramales en esta casita de mi padre que se detenía junto a la selva
primaveral, selva virgen que me reservaba los más espléndidos tesoros, inmenso
helechos, escarabajos deslumbrantes, curiosos huevos de aves silvestres
(NERUDA, 1962, p.16-17)
Tal como estão
redigidos, estes três parágrafos constituem o embrião dos também três que,
transformados e desenvolvidos, viriam a fazer parte de Confieso que he vivido. Temos aqui um bom exemplo de quanto esse
primeiro relato autobiográfico de Neruda é único e exclusivo pois ainda que as
ideias tenham sido reaproveitadas, a forma como plasmou as imagens, concebeu a
voz narrativa e criou efeitos estilísticos é outra.
Merece
atenção o modo como, a partir de elementos sinestésicos, o autor cria um
cenário de romance no qual seu pai é transformado em um mítico capitão de
barco, seus ajudantes, numa tripulação de homens rudes e grosseiros, o
vagão-domicilio, numa casinha de sonhos, o trabalho do trem de lastro, numa
travessia por mares tormentosos, o próprio Neruda, num anelante explorador de
tesouros e a mata araucana numa fabulosa selva de contos de fada. Inserida
nessa dimensão mítica, percebe-se uma voz narrativa cujo tom entrelaça
imaginação, afetividade e benquerença.
Com
exceção do aproveitamento da primeira frase (Era conductor de um tren
lastrero), o texto de Confieso que
he vivido é recriado a partir de uma perspectiva diferente, que detalha as
informações sobre o trem e os que nele viajavam porém relega a figura do pai a
de um mero funcionário preso ás atribuições cotidianas. O lirismo presente nas
páginas de O Cruzeiro Internacional se esmaece no texto canónico pois neste o
protagonista já não mais será o pai e sim o próprio Neruda quando criança.
A
fascinação de Neruda pelos pássaros desencadeará também sua primeira aventura
erótica: duas meninas vizinhas lhe oferecem um ninho de pássaro silvestre em
troca da satisfação de pueris curiosidades sexuais. Para construir o relato, o
memorialista contrapõe elementos que se tencionam: a ingênua timidez de Neruda
e a nada angélica determinação das meninas; a fascinação de Neruda pelos ovos
de pássaro e a curiosa atração das meninas pelos balangandãs do vizinho; os
melindres do assaltado e a lascívia das assaltantes; a fuga do assediado e a
perseguição das molestadoras; os ovos acidentalmente partidos e os desejos
consequentemente frustrados. O medo põe fim à aventura e as três crianças
terminam debaixo do balcão de uma padaria numa repentrina situação de malogro,
“escondidos y apretados entre telarañas y restos de pan y harina.”
(Neruda,1962, p.19),complemento frasal que o escritor preferiu descartar de Confieso que he vivido.
Nessa padaria desativada, inóspita e desoladora, pertencente ao pai de
Neruda, espaço que se contrapõe jocosamente à situação idílica inicial, termina
o que poderia ter sido o paraíso de sua primeira experiência erótica. Num
refúgio diminuto e estreito, onde a vergonha encontra o medo, surge, como
contraponto do desejo, uma inesperada punição. O complemento frasal que não foi
conservado em Confieso que he vivido amplia
e valoriza o cenário descrito no relato, dando-lhe relevância emotiva e
tornando a leitura do texto da Revista muito mais envolvente.
O
segmento número sete se inicia com a lembrança do jovem Neruda em seu desejo de
explorar o mundo do conhecimento através da leitura, tarefa que descreve por
meio de uma sucessão de metáforas, analogias, metonímias e imagens
hiperbólicas, mostrando-se como um personagem que navega em meio a um
turbulento rio de livros. Essa aventura livresca, indiscriminada, de leituras
díspares, sugestões de um velho poeta de Puerto Saavedra (obras de um polêmico
romancista colombiano, peças de cunho social e filosófico de um conhecido
dramaturgo norueguês, aventuras rocambolescas de Ponson du Terrail), configura
suas primeiras leituras, Na verdade, lia vorazmente e sem método, “Llegué a
devorar três libros al día. Todo lo consumia” (NERUDA, 1962, p.19), frases
ausentes de suas memórias canónicas, mas que parecem contribuir para fixar sua
imagem como a de um simples ledor isento de rótulos, desconstruindo, assim, uma
possível imagem de leitor precocemente comprometido.
Puerto
Saavedra, o cenário dessa façanha livresca, “hoy destruido por um cataclisma”
(NERUDA, 1962, p.19), informação também descartada de suas memórias canónicas,
pereceu no grande terremoto e maremoto de 1960, apenas dois antes da edição de O CRUZEIRO Internacional. A menção
desse sinistro na revista reforça um sentimento de perda que parece afetar
negativamente toda a recordação de peripécias de leituras acontecidas nesse
porto fluvial. Porto mítico que, ao ruir, tinge de melancolia as memórias
aventurescas daquele jovem navegante de rios de livros.
Um
novo itinerário de leituras se abre para o jovem Neruda quando, em 1920, se
encontra com Gabriela Mistral em Temuco. Nas poucas vezes em quer a visitou,
foi presenteado com romances de escritores russos:Tolstoi, Dostoievski e
Tchekhov. Coincidentemente, tanto Gabriela Mistral quanto Augusto Winter, ambos
poetas, recomendaram, no entanto, os prosadores.
Nas
recordações de Neruda, Gabriela figura como uma mulher isenta de vaidade,
alheia aos ditames da moda e, não raro, espirituosa, como atesta essa passagem
que não consta de suas memórias canônicas:
Por esos años llegó como
directora del Liceo de Niñas de Temuco una señora alta y mal vestida. Se cuenta
que cuando las damas de la localidad le propusieron que se pusiera sombrero –
todas lo llevaban entonces – contestó sonriendo:- ¿ Para qué? Sería ridículo.
Sería como ponerle sombrero a la cordillera de los Andes.(NERUDA, 1962, p.19)
Embora, no
início, essa figura estranhamente trajada lhe inspirasse temor, Neruda acaba
por se render à simpatia de seu sorriso, um sorriso de dentes alvos num rosto
de índia. A poetisa não é apenas humanizada, mas serve de modelo para que o
narrador enalteça, com sua prosa poética, a beleza do índio chileno, numa
incontestável demonstração de envolvimento afetivo com as mais profundas raízes
humanas de seu país. Ao evocar a figura da primeira mulher latino-americana a
ganhar o Prêmio Nobel de Literatura, ao fixar a imagem desse encontro, que lhe
foi tão significativo, e ao situá-lo justo na cidade de Temuco que, não por acaso,
abre e encerra esse primeiro capítulo, Neruda entrelaça momentos de sua vida à
história de seu país.
Contudo, quando
lança luz sobre a figura de Gabriela, parte dessa luz parece recair no próprio
Neruda. Esse encontro, entre um promissor poeta de dezesseis anos e a já
reconhecida poetisa de trinta e um, na mesma cidadezinha chuvosa do sul do
Chile, aproxima a trajetória daqueles que seriam dois grandes poetas da
literatura mundial.
Ao
prestar homenagem à grande figura feminina da poesia chilena da época, Neruda
não declara abertamente uma influência literária, mas tampouco a nega: “No es
éste el único bien que recibí de Gabriela Mistral [ as indicações de leitura
dos romancistas russos]. Su dramática poesia y su sonrisa de muchacha
traviesa, son cosas que también sigo atesorando”. (NERUDA, 1962, p.19). Este preito de gratidão
ausente em Confieso que he vivido,
parece satisfazer a necessidade nerudiana de respeitar os patrimônios culturais
e de demonstrar ao público da Revista uma reverência que acaba por privilegiar
mais a ele do que a figura da poetisa. De outra forma, como justificar a
ausência deste tributo afetivo e laudatório em Confieso que he vivido?
Na diagramação da Revista, observa-se que alguns intervalos, ou a
ausência deles, prejudicam a qualidade das inferências temporais ou de câmbios
temáticos exigidos pela leitura. É o caso, por exemplo, do intervalo inadequado
entre os segmentos três e quatro, para unificar os assuntos, e da falta de
intervalo que poderia existir antes do último parágrafo do quarto segmento para
demarcar mais explicitamente uma mudança de assunto. Erro que também ocorre no
sétimo fragmento, que deveria conter um intervalo antes do último parágrafo.
Desta feita, o oitavo segmento poderia conter os dois últimos parágrafos do
sétimo, para que houvesse uma perfeita harmonia entre assunto. Esta disposição
aleatória dos intervalos parece corroborar nossa hipótese inicial de que eles
são de responsabilidade da Revista.
Portanto,
nem sempre, os intervalos guiam os leitores na percepção dos saltos temporais
ou temáticos. São as referências do próprio narrador em relação ao tempo as
grandes responsáveis por essas transições. Em tres momentos da
narrativa, Neruda nos oferece marcações temporais explícitas: “Yo nací el 12 de
julio de 1904” (NERUDA,1962, p.16); “A la ciudad de Emuco llegó el año de 1910”
(p.17); “Pero el Liceo era un terreno de inmensas perspectivas para mis seis
años de edad” (p.17). Porém, o que predomina
na narrativa, a partir do segmento quatro, é justamente a imprecisão temporal,
com expressões do tipo: “ Fui creciendo” (p.17), “Por esos años”, “Mientras
tantol”, “Muy atrás em mi infância” (p.19).
O
início do segmento cinco funciona como um divisor de águas no que se refere ao
trato do tempo. Até a metade do quarto segmento, a notação temporal é marcada;
a partir do quinto, ela se torna imprecisa. Ao abrir o segmento cinco com uma
breve metarreflexão sobre o tempo, sobre a incapacidade de apreendê-lo, a
impossibilidade de periodizá-lo e sobre a provisoriedade da memória, esses
elementos todos passam a ser objetivo da narrativa, ou seja, passam a ser
objetos de envolvência do narrador,
pois é aqui onde ele se dá conta deque o tempo, neste gênero de escrita, possui
uma dimensão central e isso conduzirá o eu narrativo a uma espécie de
metaconsciência memorialista.
O
que chamamos de envolvência são
compromissos do alter ego do autor
com certos valores morais, culturais, sociais e afetivos que podem surgir do
confronto entre o dito e o não-dito pelo texto.
Assim,
por exemplo, a envolvência de Neruda com a
literatura de língua espanhola em três momentos distintos da narrativa. O
capítulo se abre com uma alusão ao texto de Cervantes; alguns parágrafos depois,
segue-se a menção da epopeia La Araucana
de Alonzo de Ercilla y Zúñig, obra máxima da poesia épica hispano-americana de
período colonial; para finalmente concluir com uma referência lisonjeira à
poetisa Gabriela Mistral. De Ercilla, poeta espanhol que pintou com tanto vigor
a bravura dos indígenas araucanos, elogiando lhes a força e a coragem, Neruda
não apenas enaltece com veemência os versos, como estranhamente parece esquecer
que essa epopeia celebra, sobretudo, a vitória dos espanhóis.10
10 A propósito, o próprio Cervantes, no
quarto capítulo da primeira parte de seu Quijote,
coloca na boca de um de seus personagens o seguinte juízo de valor sobre La Araucana, de Ercilla, La Austríada, de Rufo, e El Montserrate, de Virués, seus contemporâneos:
”Estos libros son los mejores que em verso heroico en lengua castellana están
escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las
más ricas prendas de poesía que tiene España”
Assim, logo no início dessas memórias, Neruda
já se insere num elo histórico literário, que se inicia com Cervantes, se
reforça com Ercilla e se completa com Mistral, vinculando-se ele próprio, como
poeta, a essa mesma corrente de criação literária em língua espanhola.
Em
dois momentos da narrativa Neruda revela uma envolvência com os índios
araucanos: numa imagem associada a Gabriela Mistral, nas últimas linhas do
sétimo segmento, e no fim do segundo segmento, em que esboça uma síntese
exemplar dos pilares sobre os quais a Conquista Espanhola foi levada a cabo na
América. Envolvência essa que pode ser traduzida por um olhar revelador da
beleza e das tragédias vividas pelo povo araucano.
A
terceira envolvência que se desprende deste capítulo pode ser descrita como uma
ligação quase umbilical do poeta com Temuco, ou seja, com o passado inscrito
nessa cidadezinha chuvosa de sua infância. Aliás, a chuva que pontilhou seu
universo infantil parece tê-lo levado também à introspecção necessária para que
pudesse olhar o mundo de uma maneira mais reflexiva e poética.
Nesse
estudo, analisamos passagens que fazem da narrativa um instrumento singular,
original e exclusivo. “Las vidas del poeta” são, na verdade, as únicas memórias
nerudianas que realmente tiveram o aval do autor. O mesmo não se pode dizer de Confieso que he vivido, obra póstuma,
em cuja primeira edição de 1974 – aos seis meses da morte do poeta –
encontramos a seguinte observação: “ La redacción de estas memorias de Pablo
Neruda quedó interrumpida por su muerte. Matilde Neruda y Miguel Otero Silva han
cuidado de la ordenación definitiva del original” (NERUDA, 1974, verso da folha
de rosto).
No
livro em que Matilde rememora os anos vividos com o poeta, encontram-se trechos
que revelam o processo de ordenação e correção de Confieso que he vivido, que “como sólo habia sido dictado, estaba
muy disperso (URRUTIA, 2002, p.212) e exigiu dos organizadores dois meses de
trabalho ininterrupto. Algumas afirmações de Matilde são oportunas no que diz
respeito ao ajuste sofrido por este material: “ Las Memorias estaban dictadas y no corregidas. Sólo una persona podía
ayudarme: Homero Arce, secretario y gran amigo de Pablo. Él sabía mucho de este
libro, pues Pablo se lo había dictado casi entero (p.185);” ¿Con quién darle forma a este libro? Debía ser
un escritor. Sólo la generosidad de nuestro Hermano Miguel Otero Silva, gran
escritor, era capaz de afrontar un trabajo como éste” (p.184-185); “ Más tarde,
se diría que el último capítulo lo escribimos nosotros” (p.213); “Este libro,
que sentía tan mío, muy pronto lo tendría en mis manos”.(p.218)
Embora Matilde
tente se resguardar com a ressalva “No fue agregado ni quitado nada” (p.212),
suas afirmações anteriores sugerem que tanto a composição organizacional do
livro (sequencial ou cronológica) quanto a correção (formal ou estilística)
foram de responsabilidade de terceiros. As assim chamadas correções seriam, então, as mesmas que observamos, listamos e
analisamos no cotejo que levamos a cabo entre “Las vidas del poetra” e Confieso que he vivido ? Nessas correções estariam incluídas as
numerosas alterações linguísticas que verificamos na comparação entre ambos
textos? 11
11 O trabalho comparativo permitiu não apenas
a visualização de minúcias textuais que de outra forma dificilmente seriam
detectáveis (como, por exemplo, mudanças na paragrafação, na pontuação, na
ortografia, na morfologia, na sintaxe), mas também de mudanças estilísticas
(sinônimos, variação de classes de palavras, de temos verbais) e mudanças
narrativas oriundas de posicionamento histórico-ideológicos.
Isso
tudo nos conduz ao mesmo questionamento feito por Anna Caballé em seu livro Narcisos de tinta:
?hasta que punto
elautobiógrafo que aparece en la portada del libro como autor es responsable del texto que tiene en sus
manos el lector? Es el caso de
algunas memorias publicadas póstumamente (Cansino, Asséns, Neruda…). (CABALLÉ,
1985, p.21, o grifo é nosso).
Portanto, o texto publicado na
revista O Cruzeiro Internacional não
pode e não deve ser considerado apenas um rascunho de suas memórias póstumas,
um texto-base, um texto menor. “Las vidas del poeta” são, na trajetória
literária de Pablo Neruda, o primeiro texto autobiográfico em prosa totalmente
escrito e aprovado pelo poeta em vida, o que torna inadmissível e inaceitável
que esta publicação não esteja presente em suas obras completas organizadas por
Hernán Loyola (2002, p.26-8, 1408-1423), e que não tenha recebido da crítica
especializada contemporânea a atenção, o olhar e o valor que ora lhe
atribuímos.
Contrariamente a Hernán Loyola, o estudioso
uruguaio Emir Rodriguez Monegal, a quem devemos a inspiração para realizar o
presente trabalho, já em 1966 reivindica a inserção dessas memórias em futuras
obras completas do poeta. Como precursor, ele também apontou a relevância do
texto memorialístico da Revista para a compreensão da poética nerudiana,
ressaltando que “ sólo a partir de las Memorias
de O Cruzeiro la vena
autobiográfica empieza a fluir incontenible, cada día más caudalosa”. (MONEGAL,
1966, p.322)
ANEXO
I – Tradução
AS
VIDAS DO POETA.
MEMÓRIAS
E RECORDAÇÕES DE PABLO NERUDA 12
12 Na Revista, o
nome do poeta é uma réplica aumentada de sua assinatura.
O CRUZEIRO Internacional, 16 de janeiro de
1962. 13
13
Esta data não se encontra na abertura do capítulo e sim na página 16,
repetindo-se em todas as outras até o final do texto.
O CRUZEIRO
Internacional tem a honra de apresentar aos seus leitores de toda a América
Latina, em primeira mão e com absoluta exclusividade, as Memórias do grande
poeta Pablo Neruda. A importância jornalística deste acontecimento não precisa
ser destacada. É evidente por si mesma. No entanto, gostaríamos de informar
nossos leitores que estas Memórias foram escritas a pedido nosso, o que nos
custou um ano e meio de esforços junto ao poeta. Nosso único objetivo foi o de
contribuir para a revelação de um mestre do verso que conquistou a admiração de
muitos povos e que, sem dúvida alguma, realizou uma obra de caráter duradouro.
Muitos poderão discutir a posição política de Pablo Neruda, muitos podem ser
seus obstinados inimigos e combatê-lo até mesmo com violência, mas em toda a
América Latina não existe a menor discordância com respeito a seu notável
talento poético – o poeta foi consagrado pelos críticos de todas as tendências
e pelos leitores de todas as ideologias. E este último motivo nos levou a
publicar as Memórias de Pablo Neruda como homenagem à autêntica poesia.
O JOVEM PROVINCIANO PRIMEIRO CAPÍTULO
As chamadas
A arte
da chuva. A cidade de Temuco na fronteira. Temuco e Goiânia. Os araucanos. Os
tios do Norte. O maquinista. O liceu de Temuco. Cartas de amor versus marmelos. O ninho e o sexo. Meu
primeiro poema. Uma senhora malvestida. 14
14 No
original as chamadas estão dispostas em tipos maiores ao lado direito da página
16
[1] 15
15 Na
diagramação da Revista os intervalos são apenas espaços em branco que separam
porções de texto, não foram numerados nem aparecem entre colchetes.
Numa revista do Norte, de cujo nome
não quero lembrar, há uma seção bobalhona chamada “Meu personagem inesquecível”.
Começarei dizendo, sobre os dias e anos de minha infância, que meu único
personagem inesquecível foi a chuva. A grande chuva austral que cai como uma
catarata do polo, desde os céus do Cabo de Horn até a fronteira. Nesta
fronteira, o Far West de minha pátria, nasci para a vida, para a terra, para a
poesia e para a chuva.
Por mais que tenha caminhado
parece-me que se perdeu essa arte de chover que se exercia como um poder
terrível e sutil em minha Araucânia natal. Chovia meses inteiros, anos inteiros.
A chuva caía em fios como longa agulhas de vidro que se quebravam nos tetos ou
chegava em ondas transparentes contra as janelas e cada casa era um navio que
dificilmente alcançava o porto naquele oceano de inverno.
Esta chuva fria do sul da América
não tem rajadas impulsivas da chuva quente que cai como um açoite e passa
deixando o céu azul. Ao contrário, a chuva austral tem paciência e continua sem
fim, caindo do céu cinzento.
Em frente à minha casa, a rua se
converteu num imenso mar de lodo. Através da chuva vejo pela janela que uma
carreta se atolou no meio da rua. O camponês, com uma manta negra de Castela,
açoita os bois que já não aguentam mais entre a chuva e o barro.
Mas o verão de minha infância
redimia toda essa imensa tristeza, pintava de azul o céu, de claridade as ruas
e de trigo as colinas.
[2]
Temuco é uma cidade pioneira, dessas
cidades sem passado mas com lojas de ferragem. Como os índios não sabem ler, as
lojas de ferragem ostentam seus notáveis emblemas nas ruas: um imenso serrote,
uma panela gigantesca, um cadeado ciclópico, uma colher antártica. Mais
adiante, as sapatarias, uma bota colossal.
Há quatro ou cinco anos, para
assistir a um congresso em Goiânia, fiz com o escritor e senador Baltazar
Castro uma viagem aérea que me pareceu a mais longa das viagens. Por cima do
vasto Brasil, o avião de carga no qual íamos presos ao assento, como
condenados, cambaleava e rangia por aqueles céus violentos como furacões. E
quando, maltratados, por fim chegamos ao hotel e tive coragem de aparecer na
janela, vi uma cidade sem passado, sem teias de aranha, na qual tudo estava
começando a ser feito. Outra vez um mundo de lojas de ferragens. Virei-me para
Baltazar e lhe disse: “Tanto sofrer no avião, tanto viajar pelo mundo para
voltar a Temuco”.
Se Temuco era o posto avançado da
vida chilena nos territórios do sul do Chile, isto significava uma longa
história de sangue.
Empurrados pelos conquistadores
espanhóis, depois de trezentos anos de luta, os araucanos recuaram para aquelas
regiões frias. Mas os chilenos continuaram o que se chamou a “pacificação da Araucania”,
isto é, a continuação de uma guerra a sangue e fogo para expropriar nossos
compatriotas indefesos de suas terras. Contra o índio todas as armas foram
usadas com generosidade: o disparo da carabina, o incêndio de suas choças e
depois de forma mais paternal, usou-se a lei e o álcool. O advogado tornou-se
um especialista na espoliação de seus campos, o juiz os condenou quando
protestaram, o sacerdote os ameaçou com o fogo eterno. E, por fim, a aguardente
consumou o aniquilamento de uma raça soberba cujas proezas, valentia e beleza
deixou gravadas em estrofes de ferro e de jaspe Dom Alonso de Ercilla em sua Araucana.
[3]
Meus pais chegaram de Parral, onde
eu nasci. Ali, no centro do Chile, crescem as vinhas e abunda o vinho. Sem que
me lembre dela, sem saber que a olhei com meus olhos, morreu minha mãe, Dona Rosa
Basoalto. Eu nasci em 12 de julho de 1904 e um mês depois, em agosto, esgotada
pela tuberculose, minha mãe já não existia.
A vida era dura para os pequenos
agricultores do centro do país. Meu avô, Dom José Angel Reyes, tinha pouca terra
e muitos filhos. Os nomes dos meus tios pareciam nomes de príncipes de reinos
distantes. Chamavam-se Amós, Oseias, Joel, Abdias. Meu pai se chamava
simplesmente José del Carmen. Saiu muito jovem das terras paternas e trabalhou
como operário nos diques do porto de Talcahuano, terminando como ferroviário em
Temuco.
[4]
Era maquinista deum trem de lastro.
Estes trens de lastro transportavam pedras e arei que depositavam entre os
dormentes da linha férrea para que a intensa chuva não movesse os trilhos. Por
ter que escavar o lastro das pedreiras, este trem de meu pai permanecia em
qualquer canto selvagem por semanas inteiras.
O trem era fabuloso. Primeiro a
grande locomotiva antiga, depois os inumeráveis vagões planos nos quais a pá
escavadora depositava as pequenas montanhas da entranha terrestre, em seguida
os veículos dos peões, em geral ásperos trabalhadores rurais de vida desorganizada,
e depois o vagão em que moravam sore rodas meu pai e o telegrafista. Tudo isso
entre lampiões de vidros verdes e vermelhos, bandeiras de sinalização e mantas
de tempestade, com cheiro de óleo, de ferros oxidados e com meu pai, pequeno
soberano de barba loira e olhos azuis dominando como um capitão de barco a
tripulação na travessia.
Viajei muitas vezes pelos ramais
ferroviários nesta casinha de meu pai que se detinha junto à selva primaveril,
selva virgem que me reservava os mais esplêndidos tesouros, imensas samambaias,
escaravelhos deslumbrantes, curiosos ovos de aves silvestres.
À cidade de Temuco chegou o ano de
1910. Neste ano memorável entrei no liceu, um vasto casarão com salas
desconjuntadas e subterrâneos sombrios. Do alto do liceu, na primavera,
divisava-se o ondulante e delicioso rio Cautín com suas margens povoadas de
macieiras silvestres. Escapávamos das aulas para enfiar os pés na água fria que
corria sobre as pedras brancas.
Mas o liceu era um terreno de
imensas perspectivas para meus seis anos de idade. Tudo tinha possibilidade de
mistério. O laboratório de Física, onde não nos deixavam entrar, cheio de
instrumentos ofuscantes, de retortas e cubas. A biblioteca, eternamente
fechada. Os filhos dos pioneiros não apreciam a sabedoria. Entretanto, o lugar
de maior fascínio era o subterrâneo. Havia ali um silêncio e uma escuridão
muito grandes. Iluminando nos com velas brincávamos de guerra. Os vencedores
amarravam os prisioneiros nas velhas colunas. Anda conservo na memória o cheiro
de umidade, de lugar escondido, de túmulo, que emanava do subterrâneo do liceu
de Temuco.
Fui crescendo. Começaram a me
interessar os livros e, nas façanhas de Buffalo Bill, nas viagens de Salgari,
meu espírito foi se estendendo pelas regiões do sonho. Os primeiros amores, os
puríssimos, se desenvolviam em cartas enviadas a Blanca Wilson. Esta menina era
a filha do ferreiro e um de meus colegas, perdido de amor por ela, pediu-me que
escrevesse suas cartas de amor. Não me lembro de como seriam estas cartas, mas
talvez tenham sido minhas primeiras obras literárias, pois certa vez, ao
encontrar me com a estudante, esta me perguntou se era eu o autor das cartas
que seu namorado lhe levava. Não me atrevi a renegar minhas obras e muito
perturbado lhe respondi que sim. Então me deu um marmelo que por certo não quis
comer e guardei como um tesouro. Afastado assim meu colega do coração da
menina, continuei escrevendo intermináveis cartas de amor e recebendo marmelos.
[5]
Nestas recordações não vejo bem a precisão
periódica do tempo. Confundem-se na minha cabeça fatos minúsculos que tiveram
importância para mim e acho que deve ser anterior a esta minha primeira
aventura erótica, estranhamente misturada à história natural. Talvez o amor e a
natureza tenham sido desde muito cedo as jazidas da minha poesia.
Em frente a minha casa moravam duas
meninas que continuamente lançavam olhares que me ruborizavam. O que eu tinha
de tímido e de silencioso elas tinham de precoces e diabólicas. De pé desta vez
na porta de minha casa, tratava de não olhar para elas. Tinham em suas mãos
algo que me fascinava. Aproximei-me com cautela e mostraram-me um ninho de
pássaro silvestre, tecido de musgo e peninhas, que guardava no seu interior uns
maravilhosos ovinhos de cor turquesa. Quando fui pegá-lo, uma delas se interpôs
dizendo-me que primeiro deveriam mexer nas minhas roupas. Tremi de terror e
escapuli rapidamente, perseguido pelas jovens ninfas que ostentavam o incitante
tesouro. Na perseguição entrei num beco até o local desabitado de uma padaria,
propriedade de meu pai. Ali as assaltantes conseguiram me alcançar e começaram
a despojar-me de minhas calças quando pelo corredor ouviram-se os passos de meu
pai. Assim terminou o ninho. Os maravilhosos ovinhos ficaram quebrados na padaria
abandonada, enquanto isso, debaixo do balcão, escondidos e apertados entre
teias de aranha e restos de pão e farinha, assaltado e assaltantes contínhamos
a respiração.
[6]
Muitas
vezes me preguntaram quando escrevi meu primeiro poema, quando nasceu em mim a
poesia.
Tentarei
me lembrar. Bem lá atrás na minha infância e mal tendo aprendido a escrever,
senti uma vez uma intensa emoção e tracei umas quantas palavras semirrimadas,
mas estranhas para mim, diferentes da linguagem diária. Passei-as a limpo num
papel, preso de uma ansiedade profunda, de um sentimento até então
desconhecido, espécie de angústia e tristeza. Era um poema dedicado a minha
mãe, isto é, aquela que conheci como tal, à angelical madrasta cuja suave
sombra protegeu toda minha infância. Completamente incapaz de3 julgar minha
primeira produção a levei a meus pais. Eles estavam na sala de jantar,
mergulhados numa dessas conversas em voz baixa que dividem muito mais do que um
rio o mundo das crianças e dos adultos. Estendi o papel com as linhas, trêmulos
ainda com a primeira visita da Inspiração. Meu pai, distraidamente, tomou-o em
suas mãos, leu distraidamente, distraidamente devolveu-o para mim, dizendo:
- De
onde é que você copiou?
E
continuou conversando em voz baixo com minha mãe sobre seus importante e
remotos assuntos.
Parece-me
recordar que assim nasceu meu primeiro poema e que assim recebi a primeira
mostra distraída da crítica literária.
[7]
Enquanto
isso, avançava no mundo do conhecimento, no desordenado rio dos livros como um
navegante solitário. Cheguei a devorar três livros por dia. Consumia tudo.
Minha avidez de leitura não descansava nem de dia nem de noite. Na costa, no
pequeno Porto Saavedra, hoje destruí do por um cataclismo, encontrei uma
Biblioteca Municipal e um velho poeta, Dom Augusto Winter que se admirava de
minha voracidade literária. – Já leu? dizia, passando-me um novo Vargas Vila,
um Ibsen, um Rocambole. Como um avestruz, eu engolia sem discriminar.
Por
esses anos chegou como diretora do liceu de meninas de Temuco uma senhora alta
e mal vestida. Conta-se que quando as damas do lugarejo lhe propuseram que
usasse chapéu – naquele tempo todas usavam – respondeu sorrindo: - Para que?
Seria ridículo. Seria como por chapéu na Cordilheira dos Andes.
Era
Gabriela Mistral. Eu a olhava passar pelas ruas de meu povoado com seus saltos
baixos e seus vestidos compridos e tinha medo dela. Mas, vencendo minha
condição arredia levaram-me para visitá-la, pareceu-me simpática, e em seu
rosto tão tostado em que o sangue índio predominava como num belo cântaro, seus
dentes branquíssimos se mostravam num sorriso pleno e generoso que iluminava o
recinto.
[8]
Eu era
jovem demais para ser seu amigo e tímido e absorto demais. Bem poucas vezes a
vi. O bastante para que cada vez aparecesse com alguns livros que me
presenteava. Eram sempre romances russos que ela considerava como o mais
extraordinário da literatura mundial. Posso dizer que Gabriela me envolveu
nessa séria e terrível visão dos romancistas russos e que Tolstoi, Dostoievski,
Tchekhov entraram em minha mais profunda predileção. Continuam acompanhando-me.
Não é
este o único bem que recebi de Gabriela Mistral. Sua dramática poesia e seu
sorriso de moça travessa são coisas que também continuo guardando como um
tesouro.
Anexo II -
Carta de Neruda para Matilde quando do I Congresso Internacional de
Intelectuais em Goiânia (OSES, 2010, p.60)
12 de
feb. 10 ½ de la mañana, amor esta mañana desperté a los gritos de Baltasar
desde la otra pieza que me gritaba
…Mi mano derecha…
Que solo quiere
escribir Rosario…
Así pues Ud. Me acompaña a
todas partes.
El Congreso es en el interior, en una ciudad de la selva,
a 7 horas de avión de aquí, salgo mañana para volver el Jueves y partir el
Viernes allá, a mi Chascuda. La selva tropical se parece a tu chasca, si te la
pintaras de verde estaría completa, con algunos “passarimbos”. Ayer pasé por
las playas que vimos juntos que hermosas, pero mi Patoja lejos, me cansé. Aquel
día de avión llegamos a las 5 de la mañana. Por lo tanto he dormido todo el
tiempo. La maleta estaba perfecta es Ud. el tesoro de todas las cosas, a cierta
hora necesité jabón, toqué el timbre, me lo trajeron pero también lo tenía, lo
encontré más tarde.
Muy bien
que no haya venido, esto será en una ciudad no más grande que S.Alfonso.
Calcule el cahuín! Volveremos. Aquí tenían preparado un mes (¡) de festejos
(aniversario) para mí. He dicho que más tarde.
Ayer
tuve dolor de retorcijo y me dormí casi sin comer, estoy bien ahora.
Amor no
hay Río, ni selva, ni casas, ni playas, ni montes, ni ciudad, ni congreso, ni
cielo, ni tierra sin Ud. amor mío.
La abraza
mi camisa, rodeando ese talle adorado que da justo el brazo mío. Te hicieron
para mí, adorada, y tu boca es grande y linda para que me digas que me quieres
con toda la boca. Tuyo.
ABSTRACT
The article captures, analyzes and translates the
first of a series of ten autobiographical chronicles originally written by
Pablo Neruda in 1962 for the Brazilian magazine O Cruzeiro Internacinal. Analyzed in its peculiarities, this
chapter unfolds aspects of biographical importance regarding relationship
between Neruda and Brazil, as well as a series of the author´s revealing
psychosocial wraps. Being a text prior to the work Confieso que he vivido and featuring passages that have not been
included, these ignored feuilletonistic memories claim a definitive presence in
the poet´s complete work
KEYWORDS : Pablo Neruda. Memories. O Cruzeiro Internacional. Autobiography.
REFERENCIAS
CABALLÉ, Anna. Narcisos de tinta: ensayos sobre la
literatura autobiográfica en lengua castellana (siglos XIX y XX). Madrid: Megazul,
1985.
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LOYOLA, Hernán (edi.). Obras Completas V: Pablo Neruda, Nerudiana
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_________.Confieso que he vivido:memorias.
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_________. Obras II. Buenos Aires: Losada, 1993,
p. 135
OSES, Dario. (edi.) Pablo Neruda: Cartas de amor.
Barcelona:Seix Barral, 2010
PRING-MILL, R.D.F. “El
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ROCHA, Hélio. Goiânia 75: Ed. Da UCG, 2009.
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SAENZ DE ROBLES, F.C. Diccionario de la literatura: escritores
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TEITELBOIM, Volodia. Neruda.
Santiago: Sudamericana Chilena, 2000
URRUTIA, Matilde. Mi vida junto a Pablo Neruda. Buenos Aires: Seix Barral, 2002
Trabalho Publicado na Revista
do Instituto Histórico e geográfico de Goiás/Instituto Histórico e
Geográfico de Goiás. N.24 (2013) - Goiânia: Kelps, 2014.
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